España tenía la democracia, y algunas de sus conexiones interiores, por hacer. Una expedición urgente, un acuerdo fulgurante con una pequeña dosis de incertidumbre y unas obras que se complicaron por momentos por la orografía permitieron convertir un camino carretal en una de las últimas carreteras de la periferia de la provincia, la que permitió trazar en 1979 la vía principal que une Vega de Espinareda con el límite de la vecina comunidad gallega a través del imponente corredor de Ancares, un ejemplo de implicación de la sociedad civil en un bien común y de celeridad ahora que los trámites administrativos ralentizan hasta la desesperación algunos proyectos.
Florencio Martínez 'Chencho' era comunista y de los pocos que se atrevían con su Land Rover a transitar por los lugares cercanos a Fabero donde las carreteras perdían su nombre para convertirse en caminos de tierra; Manuel Pérez Álvarez venía del otro lado de las dos Españas y tenía contactos con el Gobierno formado por los reformistas y aperturistas del Régimen como uno de sus entonces hombres fuertes, el leonés Rodolfo Martín Villa, varias veces ministro y hasta vicepresidente del Ejecutivo. Martínez y Pérez Álvarez, “inseparables” según recuerdan sus hijas, iban a aplicar el espíritu de la Transición a las necesidades más básicas.
A las seis de la mañana de un sábado de finales de los setenta, sonó en León el teléfono en casa de los padres de Nino Fernández, ahora presidente de la Asociación de Amigos del Patrimonio Cultural de León Promonumenta y entonces encargado en la zona de la firma Seguros La Estrella. “Pasa a buscar al padre Javier y os venís los dos para Fabero”, le dijo Pérez Álvarez. El padre Javier era Javier Palacín, por entonces fraile en La Virgen del Camino. Las fuerzas vivas les esperaban en la plaza de la localidad minera. Había que subir el puerto de Ancares y llegar a Suárbol y Balouta (las últimas localidades del municipio de Candín). De eso se encargaba 'Chencho', ya fallecido y padre de la actual alcaldesa de Fabero, Mari Paz Martínez Ramón.
El entonces ministro Rodolfo Martín Villa se comprometió a construir la carretera si todos los vecinos afectados renunciaban a las expropiaciones. La 'negociación' se iba a cerrar en 24 horas
“Recuerdo que llegamos a bajarnos del Land Rover por miedo a volcar”, dice más de cuatro décadas después, con buena memoria, Nino Fernández, a quien Manuel Pérez Álvarez todavía a esa altura no le había confiado el plan. Pero este último, que había empezado en la mina en Fabero como barrenista para ser luego delineante y que sería célebre entre varias generaciones de bercianos por cerrar sus crónicas radiofónicas con el consabido “desde Fabero y su cuenca minera habló, como siempre, para ustedes Manuel Pérez Álvarez”, ya había arrancado de Martín Villa, por entonces ministro del Interior, un compromiso: el de facilitar la construcción de la carretera de Ancares si todos los vecinos de los terrenos afectados aceptaban dejar paso sin cobrar expropiación.
Llegar, tocar las campanas y cerrar el trato
Los 'mediadores' llegaron a Balouta, por entonces preñada de pallozas todavía habitadas. José María González 'Joselo' era el pedáneo. Y su madre, la señora Carmen, les sirvió un café. Fue entonces cuando Manuel Pérez Álvarez transmitió el encargo. Nino Fernández y Javier Palacín, que frecuentaban la zona, fueron con la señora Carmen a Suárbol, primera parada de la negociación por la carretera. “Llegamos a Suárbol, tocamos las campanas y se reunió todo el pueblo”, dice Fernández. No tardaron en arrancar el 'sí'. A la vuelta repitieron el mismo 'modus operandi' en Balouta. “Y firmó todo el mundo sin problema ninguno”, añade. Llegó el mediodía. “Y comimos en la palloza unos pollos guisados buenísimos”. La señora Carmen los había preparado. Y, de sobremesa, tocó la pandereta antes de retomar la tarea.
La 'batalla' más dura fue en Tejedo de Ancares, donde un matrimonio se negó en primera instancia a firmar con el argumento de que afectaba a su mejor prado. Esa misma noche recapacitaron y dieron su visto bueno
Pasada la hora de las faenas agrícolas ya con buen tiempo en un mes de verano, la negociación se reanudó a media tarde en Pereda de Ancares, del otro lado del puerto. Tocaron las campanas en Tejedo de Ancares. “Y ahí hubo más batalla. Eran más duros. Y algunos se quejaban de que les iban a coger los mejores prados. Hasta tal punto que un matrimonio se negó a firmar”, rememora Fernández, que intentaba convencerlos apelando a la revalorización de las tierras y a la facilidad que la construcción de la carretera supondría para que los descendientes emigrados visitaran a los lugareños.
“Ustedes no se preocupen, que esas tierras de las que hablan no son suyas”, terció otra vecina, según el testimonio de Javier Palacín, ahora secularizado, que vincula la anécdota al “matriarcado” del momento en la zona y recuerda a otros habitantes decir que firmarían siempre y cuando el trazado de la carretera no pasara por sus tierras. La propia firma también resultaba curiosa. “El secretario del pueblo llevaba un tampón. Se hacía una cruz y muchos de ellos ponían el dedo”, recuerda como otra reminiscencia del pasado ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX en la España rural.
El caso es que al otro lado de la frontera, en la provincia de Lugo, se vivió un proceso paralelo que dejó secuencias todavía más dramáticas. “Allí una señora se llegó a poner delante las máquinas cuando iban a empezar las obras”, cuenta Palacín antes de reconocer que, llegada ya la madrugada, en Tejedo de Ancares se apuraban los argumentos para alcanzar el consenso que resultaba condición sine qua non para iniciar la tramitación del diseño de la carretera. “Y les decíamos a los vecinos que qué pasaría si un señor se ponía enfermo...”, cuenta.
Con un importante enfado (“en mi pueblo dicen que por un garbanzo no se estropea un cocido”, llegó a decir), Nino Fernández declinó la invitación para dormir en Fabero y marchó “chutando” con Javier Palacín para llegar a León ya avanzada la madrugada. Y a las nueve de la mañana su madre volvió a coger el teléfono. El que llamaba era “el señor de Fabero”. El matrimonio que se había negado en Tejedo lo había consultado con la almohada y había cambiado de opinión. Dieron su visto bueno. Y así se lo trasladaban a Manuel Pérez Álvarez. “Mi padre siempre ayudaba al más débil. Era como un muelle. Tenía amigos como Fraga o Martín Villa, pero luego ayudaba al fontanero, al jardinero o al minero”, cuenta su hija Loli Pérez.
El 'campamento base' de Balouta para la ejecución de las obras
Una vecina de Balouta tuvo que organizar el alojamiento de los trabajadores en el pueblo. El contratista le dijo a mi madre que, si no le cogía los obreros, no podría hacer la obra
Las obras comenzaron en 1979. “Lo recuerdo porque marché ese año a la mili”, cuenta el actual propietario del Centro de Turismo Rural Miravalles de Balouta José Barrero, que conserva en su establecimiento una fotografía con la panorámica de la localidad todavía llena de pallozas al comienzo de unas obras que iban a comunicarla con el pico del puerto.
El camino original era mucho más abrupto. “El trazado original era diferente. No tenía en cuenta la pendiente. Llegaba llano hasta la base y las cuestas eran más fuertes”, señala Miguel Yuma, que todavía entonces no había llegado al Bierzo y que luego sería célebre por otros 'milagros' como el de recuperar el pueblo de Villarbón, también en el municipio de Candín. Sí tiene otro recuerdo de la carretera de Ancares, en este caso a través del testimonio de terceras personas que contaban cómo, en un momento dado, las obras se detuvieron en el entorno de Sorbeira hasta dejar un salto abrupto del asfalto a la tierra, rescata Yuma, que en su libro 'Visita Ancares, Cervantes e Ibias' señala que el puerto se llamó de La Magdalena y “equivocadamente” Viejo de Antero antes de adoptar la actual denominación de Ancares.
Los trabajos duraron tres años, hasta 1982. Una de las que más los 'sufrió' fue precisamente una de sus artífices, la señora Carmen. Con el obstáculo del puerto de Ancares agudizado por las nevadas recurrentes, la empresa adjudicataria no estaba en condiciones de alojar a los trabajadores en Vega de Espinareda, a más de 35 kilómetros de distancia de Balouta. “Y el contratista 'presionaba' a mi madre diciéndole que, si no le cogía a los obreros, no podía hacer la obra”, recuerda su hijo. La señora Carmen se las arregló para darles alojamiento. “Unos estuvieron en la casa de la escuela (el actual consultorio médico), otros en nuestra casa y otros en casa de vecinos”, cuenta 'Joselo', muy implicado junto a su mujer, Cruz María Martínez Llamas, en diversas gestiones ante la Diputación de León, titular de la nueva carretera. “Cuando llegábamos allí, ya nos conocían”, recuerda sobre las reivindicaciones de un pueblo que por entonces no tenía ni carretera ni luz.
Las conexiones originales llegaban en relativas buenas condiciones hasta el puerto de Lumeras, desde donde empezaba a imperar la tierra hasta convertirse en camino carretal a partir de Pereda y Tejedo de Ancares, la última localidad anterior al ascenso al puerto de Ancares, popularizado hace unos años por ser lugar de paso y hasta de meta de varias ediciones de la Vuelta Ciclista a España. Nino Fernández, que se recuerda rompiendo recurrentemente el cárter de su coche cuando se separaba en sus viajes de trabajo del triángulo Ponferrada-Vega de Espinareda-Fabero y transitaba por otras localidades como Anllarinos, visitó unos años después de este episodio Tejedo de Ancares.
La señora del matrimonio que se había negado en primera instancia a firmar el acuerdo para renunciar al cobro de las expropiaciones apareció por el sitio. “¿Sabe a lo que venimos? Esto se va a declarar parque nacional y venimos a recoger firmas para quitar la carretera”, bromeó. “Eso por encima de mi cadáver”, respondió la señora. Y así se cerró el círculo de la intrahistoria de la carretera de Ancares.