Bembibre saluda 2025 despidiendo dos ferreterías históricas: del adiós a Villarejo al hasta luego a Delfín

Pepín Villarejo (izquierda) y Gonzalo Delfín Fernández Mato en sus respectivas ferreterías en Bembibre.

César Fernández

Bembibre —
4 de enero de 2025 10:00 h

Bembibre saluda 2025 con un adiós y un hasta luego. La paradoja encierra una curiosa coincidencia: el cierre y el traslado, respectivamente, de dos negocios históricos, dos ferreterías, dos estancias que remiten a otros tiempos ubicadas, además, a escasos metros de distancia entre sí en el centro de la villa berciana. Y lo de históricos no es en este caso simple retórica o recurso manido. La Ferretería Villarejo pone el candado a 105 años, los últimos 22 con Pepín al mando hasta fundirse en el nombre del establecimiento, que ahora formará parte de un centro cultural en plena Plaza Mayor. La Ferretería Delfín hunde sus raíces todavía más atrás al asentarse sobre la base de lo que fue en primera instancia y con ese uso Viuda de Abelardo López Sarmiento e Hijos, sociedad fundada en 1868. Fue hace 70 años cuando pasó primero a Delfín Fernández Cobos y luego a su hijo Gonzalo Delfín Fernández Mato. Este último pretende completar en enero el desembarco en otro establecimiento mientras se despide del comercio de la calle Castilla, un museo en sí mismo.

Sólo con entrar en ambos establecimientos se respira solera. La vista se eleva por los techos altos y se detiene en artículos o inscripciones que han sido santo y seña. La Ferretería Pepín Villarejo ya había liquidado buena parte de su mercancía el lunes previo a su cierre, previsto para este sábado 4 de enero al coincidir con la jubilación de su último regente, José Manuel Rincón Otero, un bembibrense conocido por todos como Pepín y apellidado popularmente con el Villarejo de la propia ferretería pese a no ser miembro de la familia fundadora. Fue Victorina Villarejo y su marido, Francisco Alonso, los que lanzaron el negocio, asentado desde 1919 en el bajo de un edificio con dos plantas superiores en uno de los laterales de la Plaza Mayor de Bembibre. Fueron luego sus hijos Bernardo Alonso Villarejo y Francisco Alonso Villarejo (y el descendiente de este último también Francisco Alonso de nombre) los que continuaron la actividad hasta incluso descentralizarla con otra tienda en la Avenida de la Puebla de Ponferrada hasta los albores del siglo XXI. Y es ahora Pepín, junto a su esposa, María Delia Vega, el que cierra una historia centenaria entre un comentario recurrente: “Podrías quedarte un año más...”.

Pero Pepín, que no oculta que echará de menos el trato diario con clientes que ya son amigos, hizo cuentas con la Seguridad Social para fijar su jubilación tras resumir una vida laboral que se abrió con cinco años de trabajo en la Panadería Dionisio Cueto Lamilla. Su madre se enteró de que Villarejo necesitaba personal, una oportunidad para dejar de lado los madrugones y los repartos del pan con carro. Una veintena de aspirantes se presentaron al proceso de selección para un puesto. El día de la Encina de 1982 comenzó con un mes de prueba como mozo de almacén para ser luego dependiente y, desde 2002 y hasta este 4 de enero de 2025, regente del negocio. No había terminado aquel mes de septiembre del verano en que España fue sede del Mundial de fútbol cuando recibió su primer sueldo. “Don Bernardo, creo que se han equivocado”, le dijo al patrón. “No, aquí pagamos por adelantado”, le respondió Alonso Villarejo.

Eran otros tiempos. Pepín se incorporó a una plantilla compuesta por casi una decena de empleados. Cinco de ellos despachaban y otros tres hacían de viajantes para suministrar al por mayor a tiendas de todo el Bierzo Alto. El negocio se dividía por campañas: de enero a marzo primaba la venta de azadines y tijeras de poda, de ahí hasta junio la temporada de camping y los últimos meses del año eran territorio para las matanzas. “Si en octubre llegaban 500 máquinas, ese año se vendían todas”, cuenta Pepín para hacer otro aparte con las emblemáticas madreñas llegadas de Mondoñedo (Lugo) al rescatar ejercicios con hasta 300 pares vendidos. Bembibre vio cerrar las minas de carbón, dividir a la mitad su población hasta quedarse ahora en el entorno de los 8.000 habitantes y abandonar progresivamente las huertas que contribuyeron a complementar las economías de las familias. Se quedó sin carbón y sin pimientos. Los centros comerciales y las ventas online clavaron otras puntas del ataúd al que ve abocado al sector. “El comercio pequeño, ojalá no sea así, desaparece”, vaticina Pepín, al que ya hace tiempo que los clientes no le preguntan ni por las máquinas para la matanza ni por las madreñas.

Hoy la ferretería vive del menaje; y antes vivía también de la agricultura, de la albañilería...

José Manuel Rincón Otero Regente de Ferretería Pepín Villarejo

Y es que los tiempos han cambiado. “Hoy la ferretería vive del menaje; y antes vivía también de la agricultura, de la albañilería...”, resume aquel empleado que en 2002, cuando la empresa cerró su tienda del centro de Ponferrada y ofreció a su plantilla trasladarse al Montearenas con Unión Ferretera Villarejo, quiso quedarse en Bembibre, ya nada más él y su mujer para asumir el mando de la ferretería. Para entonces ya había fallecido Bernardo Alonso Villarejo, un personaje singular que combinaba perfiles: el de empresario, el de benefactor (Pepín lo recuerda dando por estas fechas dando el aguinaldo a diversos colectivos o impulsando la Residencia de Mayores El Santo) y el de fotógrafo (también acompañándolo por el entorno con una furgoneta de la ferretería). Sus instantáneas y los dibujos de Amable Arias contribuirán a llenar las dos plantas de arriba del futuro centro cultural. El bajo, la histórica tienda, colgará este sábado para siempre el cartel de cerrado. “A mí me gustaría que lo conservasen tal y como está”, desea Pepín, que siempre lo conoció igual.

Nada más hay que dar unos pasos para dejar a la izquierda el Ayuntamiento de Bembibre, alcanzar la calle Castilla y llegar a la hoy denominada oficialmente Ferretería Gonzalo Delfín (“donde Delfín”, dicen los vecinos). La inscripción sobre la puerta recuerda, eso sí, que la sociedad original era Viuda de Abelardo López Sarmiento e Hijos, fundada en 1868. En la esquina del edificio está tallado el año 1900, se supone que el de su construcción. No es posible detallar más fechas hasta febrero de 1954, el momento en el que Delfín Fernández Cobos, natural de Santibáñez del Toral (localidad perteneciente al propio municipio de Bembibre) se puso al frente de la ferretería tras una etapa previa como empleado interrumpida por el servicio militar. El mes que viene se cumplirán 71 años de aquel hito.

Lo bueno que tiene la ferretería es que la gente quiere que le asesores. La gente se fía mucho de uno

Gonzalo Delfín Fernández Mato Regente de la Ferretería Gonzalo Delfín

Su hijo Gonzalo Delfín Fernández Mato no quiere llegar a febrero sin haber trasladado ya toda la mercancía a Bricolaje Decolor, un establecimiento cercano y moderno en el que escribirá un punto y seguido (que también es un punto y aparte) a esta historia. Gonzalo es de aquellos niños que crecieron en el negocio de sus padres y jugaron al balón a sus puertas, de los que echaban una mano en los veranos, de los que acabaron tomando el relevo. Su padre llevó las riendas de una tienda que tuvo empleados esporádicos como su tío Alfonso (hermano de Delfín) y otros que se jubilaron allí como Jesús Álvarez. Cuando Gonzalo se incorporó en 1996 para hacer la transición con su madre, Mercedes Mato del Palacio, todavía había una parte dedicada a la cristalería y los “últimos coletazos de los muebles”. “Había mucha herramienta de campo; y eso ahora no se vende porque ya hay máquinas”, cuenta para evocar artículos como las azadas, las guadañas y las hachas.

La mirada también se eleva por inercia en este local con regaderas, cubos y quemadores colgando de una viga con dos inscripciones: ventas al contado y precio fijo, otra reminiscencia del pasado. “Aquí no ha cambiado nada”, confirma Gonzalo, el pequeño de cinco hermanos que se acabó quedando con el negocio familiar en 2004 y ahora, ya en solitario, ultima el traslado también entre frases recurrentes de sus parroquianos que oscilan entre el “me alegro mucho” y el “no te vayas”. Él puso la balanza para decidir el futuro. “Y voy a ganar calidad de vida. Estos locales tienen mucho encanto, pero no son prácticos. Aquí se pasa mucho frío”, contrapesa sin esconder los sentimientos que afloran en este momento de cambios: “A mí me da muchísima pena dejarlo”.

Tal vez sea la pena que reconoce y la que le transmiten los clientes la que ha ido retrasando el traslado, que pasa por cerrar unos días para afrontar la nueva etapa. “Pero de la pena no se come”, zanja quien pasará ahora de estar en alquiler a ser propietario del nuevo establecimiento, otra transición que asume sin obviar las dificultades para el comercio local. “Yo tengo mellizos y no los veo en un negocio”, cuenta sin dejar tampoco de subrayar un matiz. “Lo bueno que tiene la ferretería es que la gente quiere que le asesores. La gente se fía mucho de uno”, dice antes de que un cliente que también es amigo entre por la puerta con un encargo. “Quería un chismín para colgar un calendario”, pide. Y en ese chismín (la tienda luce una viñeta alusiva dedicada) se resume la esencia de un negocio, de una cultura y de un territorio. 

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