La herida abierta 40 años después del incendio de Langre que dejó sin casa a seis familias: “Quemó medio pueblo”

Los incendios forestales arrasan todo lo que se encuentran a su paso y dejan heridas abiertas en la memoria muy difíciles de cerrar. Hoy se cumplen 40 años del día en que las llamas entraron en el pueblo de Langre, en la comarca leonesa de El Bierzo, arrebatando su casa a seis familias. Una generación entera ya no está para contar las horas de impotencia y angustia que vivieron, pero sus hijos y nietos todavía recuerdan con los pelos de punta y una emoción que les hace saltar las lágrimas la lucha contra el fuego.
“El 17 de septiembre de 1985. No se me olvida”, es la primera frase de Domingo Barreiro en conversación con este medio. La fecha ha quedado marcada para siempre en él y en un pueblo de poco más de 70 habitantes que, cada vez que tiene un incendio cerca, se sigue llevando las manos a la cabeza y ruega para no volver al infierno. Las llamas se declararon en torno a las 12 de la mañana en Tombrio de Abajo, la localidad colindante que pertenece ya al municipio de Toreno, y en apenas un par de horas llamaban a las puertas de El Campo, el barrio más alto del pueblo de Langre, que entonces tenía más del doble de vecinos.
“Se quemaron seis casas habitadas y alguna más que no se quemó del todo”, una de ellas fue la de sus abuelos. La misma suerte corrieron las viviendas de otras cinco familias. Pero no fueron los únicos daños: “Al que no le quemó la casa, le quemó el pajar o la corte de las vacas”, una docena de ellos en total, en un momento en el que la economía rural se basaba fundamentalmente en la minería y la agricultura y ganadería de subsistencia. Las crónicas de la época hablan de que la mitad del pueblo quedó afectado por las llamas y las pérdidas se cifraron en cien millones de las antiguas pesetas, “aunque la mayor suerte que tuvimos es que no hubo daños personales”, recuerda Valeriana Barreiro, hermana de Domingo.
ElBierzo.elDiario.es vuelve sobre este trágico capítulo de la historia de la comarca del que se cumplen ahora cuatro décadas y que tristemente se ha revivido este verano de gravísimos incendios con cientos de personas desalojadas de sus pueblos, viviendas y naves agrícolas quemadas y una cantidad de hectáreas calcinadas que se cuenta por decenas de miles.
Las llamas a la puerta de casa
“Íbamos a comer”, coinciden en relatar Mari Ángeles Rodríguez y Margarita Villajos. Cada una estaba en su casa, pero no eran las únicas, porque el incendio pilló al pueblo entero sentándose a la mesa, aunque al final ese día “nadie comió nada”.
“Estábamos esperando a mi padre -Manuel Rodríguez, conocido como 'Tornillo'-, que venía de Ponferrada en el autobús”, dice Mari Ángeles. Fue él quien avisó a su esposa, Filomena, a su cuñado Tomás que vivía con ellos y a las tres hijas que seguían en el hogar familiar de que “el fuego entraba en el pueblo”.
“Tocaron las campanas y empezaron a decir que había fuego. Cuando salimos de casa ya se veían las llamas a la entrada y la mesa quedó puesta”, cuenta Margarita Villajos, que tenía un bebé de solo seis meses, Cristina Lozano, y su marido, Avelino Lozano, era entonces el presidente de la Junta Vecinal.
Ambas reconocen el shock. “Estaba asustadísima, nunca había visto una cosa por el estilo”, manifiesta Mari Ángeles. “Tenía a la niña acostada y ropa tendida y no sabía qué hacer”, traslada Margarita. “¡Vete y coge a la niña!”, recuerda que le gritó su suegra, y de paso cogió también “un reloj rojo que había en la mesita, ¡yo qué sé por qué!” Por lo mismo que su suegra “sacó de casa el traje de la boda de Avelino y lo puso encima de los pimientos. ¡Ya ves qué tonterías! Lo que son los nervios”.

Un fuego muy rápido, calor, viento, pocos efectivos y mucho miedo
El fuego corrió muy rápido por el monte entre Tombrio de Abajo y Langre, en un día “con mucho calor, mucho viento, muchísimo”, y pocos efectivos de extinción de incendios. Entonces, las casas eran de muros de piedra, vigas de madera y tejados de pizarra, pero los pajares estaban todavía 'teitados' de paja. Un cúmulo de circunstancias que, todas a la vez, tuvieron mucho que ver en la magnitud de la tragedia.
Las llamas llegaron con fuerza al pueblo y atacaron las primeras viviendas y pajares que se encontraron. La madera y la paja empezaron a arder y el viento se encargó de esparcir el incendio dentro de la localidad. Hombres y mujeres, mayores y jóvenes, de Langre y de los pueblos de alrededor, se armaron de mangueras, cubos, palas y ramas para intentar apagar el incendio antes de que redujera a cenizas todo lo que habían construido. “Vino mucha gente”, recuerda Valeriana. “Gente de todos los pueblos”, añade Margarita. Y todo el mundo en la calle, para colaborar en lo que podía.
Domingo tenía entonces 25 años y lo que recuerda con más impresión es que “el fuego bajó de casa de mi abuela hasta el pajar de mi abuelo”, muy separados dentro del pueblo. “Una cosa es contarlo y otra vivirlo. Quemó medio pueblo”, lamenta.
La casa de 'Tornillo' y Filomena se habría quemado, igual que un pajar que tenían enfrente y otro justo detrás, si no fuera porque Filomena vio que empezaban a prender las vigas del tejado y se subió al desván a sofocar las llamas con el agua que había en un bidón y “un bote de Cola Cao”.
Vaciaron un pozo de agua y llevaron todas las bombonas de butano del pueblo y también se sacaron todos los coches de las casas, para que no explotaran
Valeriana tenía solo 13 años y se acuerda perfectamente de la imagen de su abuela lanzando por la ventana ropa para tener algo que ponerse, sábanas y los papeles importantes, mientras las llamas ya quemaban el tejado de la que era su casa. “Mi madre gritaba: ¡Que alguien saque a mi madre de ahí, por favor!”, y los ojos se le llenan de recuerdos y se le corta la voz.
Ella y una de sus hermanas, dos años mayor, y “Mari Ángeles y la tía Rosa nos pusimos en medio de una tierra que estaba arada, para que no nos quemáramos. Me acuerdo como si fuera ahora mismo. La tía Rosa se había metido el dinero que tuviera en casa en el pecho y Mari Ángeles llevaba una caja metálica en las manos”. Mari Ángeles, que estaba a unos días de cumplir los 21, se casaba ese mes de noviembre y llevaba con ella el dinero para la boda.
“Vaciaron un pozo de agua y llevaron todas las bombonas de butano del pueblo y también se sacaron todos los coches de las casas, para que no explotaran”, recuerdan Margarita y Valeriana. Domingo todavía se emociona al recordar cómo sacó de casa a Eudosia, una vecina mayor y encamada por una enfermedad en los huesos desde hacía años, y la llevó al pueblo de San Miguel de Langre para ponerla a salvo. Avelino se encargó de llevar a su esposa y a su hija recién nacida al mismo pueblo, junto al resto de niños, “a casa de Enedina y allí nos dieron de merendar y estuvimos hasta que volvimos a Langre, a las nueve y pico de la noche”.
La vuelta fue horrible. “Estaba todo quemado. Había muchísimo humo, casi no se podía respirar. Toda la ceniza por el suelo... ¡y la mesa seguía puesta! Aquello era la desolación”, apunta Margarita.

Un dispositivo de diez bomberos forestales
El dispositivo de extinción que acudió a sofocar el incendio fue una brigada del entonces ICONA (el acrónimo de Instituto para la Conservación de la Naturaleza), con diez bomberos forestales que estaban desbrozando en la zona de Toreno. Uno de ellos, José Antonio Arroyo, relata que a su llegada las llamas ya estaban “en el alto” entre Tombrio y Langre.
“Nos metieron al monte a hacer contrafuegos y cortafuegos para que el fuego no llegara al pueblo, pero llegó. A nosotros no nos dejaron entrar, para eso estaban los bomberos. Nosotros nos dedicamos a controlarlo y rematar y refrescar, para que no se volviera a avivar”, recuerda.
“Tenía 21 años”, explica: como traje de protección, “la ropa con la que salía de casa”, “una cantimplora” para beber agua y “una mochila de sulfatar para apagar las llamas, y un 'hocín' y un 'hacho' si iba a desbrozar” como todo equipo de protección individual (EPI). “Ni apagafuegos de goma como los que hay ahora teníamos”, aduce Silverio Alba, subrayando las palabras de Arroyo. Él tenía 23 años, ese verano también trabajaba en el ICONA, pero fue destinado a un incendio que ese día hacía arder Paradaseca (Villafranca del Bierzo), y en noviembre se casó con Mari Ángeles Rodríguez.
Como ellos, la mayoría de bomberos forestales de la época, y también en la actualidad, eran jóvenes, sin formación en extinción y que trabajaban en el monte en la campaña de incendios en verano o en las repoblaciones, plantando pinos, en invierno. Entonces todavía no había helicópteros en la zona, llegaron un par de años después. “Y los Bomberos de Ponferrada”, que acudieron “con un camión pequeño”, “tenían que ir hasta el Pantano de Bárcena a coger agua”, recuerda Domingo. En Langre no había dónde cogerla, porque “no hay río” y porque el agua natural que discurría por la localidad se filtraba y se perdía en la tierra a consecuencia de la mina de carbón horadada bajo el pueblo.
Quienes no estaban se encontraron desolación
“Se quemó la casa mía”, dice Toño Alonso con la 'naturalidad' que te dan 40 años para contar lo que ocurrió. “Yo tenía 25 años. Estaba en Toreno y cuando llegué a las siete de trabajar solo tenía cielo para dormir debajo”. Sus padres, su hermano y él se quedaron “con lo puesto”. “Dejé el coche en la entrada del pueblo al ver quemado y me encontré las paredes de lo que había, la vida que teníamos hecha ceniza. Todo. Me entran escalofríos todavía. Una cosa así no se olvida, solo puedes aprender a vivir con ello”.
Miguel Álvarez Gundín y su familia se acababan de ir de vacaciones a Alicante y cuando volvieron al mes siguiente “no quedaba nada”. Habían tirado lo que se mantenía en pie de las casas y pajares quemados y solo había ausencias. “Fue un incendio tan sonado, que salió hasta en los medios nacionales, por eso nos enteramos, porque nos lo contaron unos amigos estando allí”, relata.

Reguero de promesas para una reconstrucción que también hicieron los vecinos
“Los ánimos en el pueblo estuvieron por los suelos uno o dos años. Imagínate, gente que tenía de aquella 75 o 78 años, verse en la calle con la ropa que llevaba puesta. Algunos cerdos, ovejas y gallinas se quemaron... La gente quedó deshecha. Se me ponen los pelos de punta... Es que era muy fuerte, no podías hacer nada, hacías lo que podías y no podías hacer mucho. Porque paró el viento, si no habría quemado el pueblo entero”, recuerda Domingo.
Toño y su familia estuvieron dos años en casa de un hermano que acababa de pintar, pero que estaba sin amueblar. Después decidieron rehacer el hogar arrasado con un dinero que les dieron, pero que tuvieron que devolver con un interés bajo. “De ayudas nada”, subraya. Al menos a lo que a las instituciones se refiere. Quienes se volcaron con los afectados fueron los vecinos.
Quemó medio pueblo. Al que no le quemó la casa le quemó el pajar o la corte de las vacas. Y porque paró el viento, si no quema el pueblo entero
Los jóvenes organizaron colectas por los pueblos para recaudar fondos, hicieron un concierto benéfico en Páramo del Sil y “me acuerdo que rifamos un cordero. Sacamos dinero y se repartió. No sé si habíamos conseguido 4 o 5 millones de pesetas”, cuenta orgulloso Domingo. “Yo solo había recaudado 500.000 pesetas, el Ayuntamiento de Berlanga nos había dado 300.000 y, con eso, cada uno reconstruyó lo que pudo, pero hubo quien no reconstruyó nada”, añade.
Ninguna otra familia volvió a levantar la vivienda que le arrasó el fuego: “Se fueron y no volvieron”. Y para arreglar los pajares, cada vecino echó una mano en lo posible, porque del reguero de promesas de las administraciones públicas solo llegó la solidaridad de quienes tenían al lado.
El Ayuntamiento de Berlanga aprobó en un Pleno extraordinario aportar materiales, abrir una cuenta bancaria para los donativos de la gente y no cobrar la licencia de obra ni los impuestos municipales a los afectados durante los dos años siguientes. Hubo quien se acercó a un concejo del pueblo a “apuntar los daños, pero nunca más se volvió a saber de él”.
El tiempo no es el olvido
Langre es el ejemplo de que el tiempo no es el olvido. “Y no olvidamos porque nos prometieron cosas y no se hicieron y se perdieron los vecinos”, añade Valeriana, que cuarenta años después del incendio de Langre ha revivido este verano un miedo que ha crecido con ella. Este pasado agosto, la localidad volvió a estar en peligro por unas llamas originadas de madrugada y que, afortunadamente, fueron apagadas en cuestión de horas.
Los montes arden, pero se regeneran más tarde o más temprano, pero ver a tus seres queridos en peligro y quedarte con lo puesto en la calle, eso se lleva siempre dentro.
Lo que no hay de la época son muchas imágenes de la tragedia: “¡Quién iba a ponerse a buscar una cámara para hacer una foto con lo que estaba pasando!”, coinciden todos los entrevistados en este reportaje. Ellos también reivindican un mejor dispositivo de extinción de incendios para que lo que les ocurrió no se vuelva a repetir, “e invertir más en prevenir. Es importantísimo”.