Redacción EL BIERZO

Oencia (León) —

Los vecinos desalojados de Lusío, el pueblo evacuado ayer lunes por el incendio de Orense –y que se hicieron famosos por la foto de cómo sacaron la imagen de la Virgen de la iglesia de Santa María de la localidad, para evitar que fuera ser destruida– han podido entrar en la localidad para encontrarse con el impacto de un pueblo destruido por las llamas. “No ha venido ni Dios, no ha quedado nada”.

Una de ellas, en declaraciones a Radio Bierzo, explicaba completamebte rabiada las sensaciones que le provoca la visión de las casas destruidas: “Esta es la casa de mi abuela –lamenta entre sollozos–, no ha quedado nadaM no queda una puta casa en pie”, describía.

Lusio era, hasta hace apenas unos días, un pequeño rincón del Bierzo donde la vida transcurría con la calma propia de los pueblos olvidados por el tiempo. Apenas una treintena de vecinos, casas de piedra, huertas familiares y el sonido inconfundible de la naturaleza marcaban el ritmo cotidiano de este lugar. Hoy, tras el paso de las llamas, es un paraje desolado, cubierto de ceniza, humo, ruinas y un silencio tan denso como irreal.

Una vecina se lleva la talla de la Virgen la Iglesia de Santa María de Lusío para evitar que se queme por las llamas.

El incendio que comenzó la tarde del domingo en una ladera cercana, empujado por un viento cálido y seco, avanzó sin control hacia el coqueto y minúsculo núcleo urbano. En apenas unas horas, el fuego arrasó con todo. Las casas -algunas centenarias- fueron pasto de las llamas. Casi todas las viviendas se vinieron abajo. Una de las casas que se han salvado albergaba a la Virgen de Santa María, rescatada por una vecina en la ermita de este pequeño pueblo leonés devorado por el fuego, como ha podido comprobar la Agencia ICAL.

La evacuación se produjo rápidamente. “Nos dijeron que saliéramos con lo puesto, que no había tiempo. Solo escuchábamos el rugido del fuego detrás de nosotros”, relata una de las vecinas realojadas provisionalmente en un albergue de Ponferrada. Nadie imaginaba que sería la última vez que verían sus casas tal como las recordaban.

Hoy, el corazón de Lusio está reducido a escombros. Calles cubiertas de ceniza, muros derruidos, tejados colapsados y árboles carbonizados forman un escenario que recuerda más a una zona de guerra que a un pueblo rural. En medio de esa desolación, una figura solitaria se mueve entre los restos calcinados: un hombre de avanzada edad recoge algunas pertenencias que han quedado en lo que fue su hogar.

Mientras tanto, los vecinos desplazados lloran su pérdida en silencio, aferrados a los recuerdos que el fuego no pudo consumir. La esperanza, aunque tenue, persiste. Porque aunque Lusio ha sido reducido a cenizas, entre los rescoldos aún late el espíritu de una comunidad que no se rinde.

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