La forja de un poeta: los años en que Ángel González se curó y proyectó su futuro en Páramo del Sil
Muchos años después de haber pasado parte de su juventud en El Bierzo, al poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008) le sugirieron la posibilidad de escribir sus memorias. “Pero sólo lo haría hasta los 7 años”, contestó el autor. La respuesta dimensiona el primer tramo de la biografía de quien creció entre la Revolución de Octubre de 1934 y la Guerra Civil. González ya estaba en la juventud cuando aterrizó en Páramo del Sil, donde curó la tuberculosis, y Primout, una remota aldea de este mismo municipio donde se ganó su primer sueldo como maestro. La huella de esta etapa no es menor (en buena medida porque ahí forjó su vocación poética) a la hora de repasar la vida de un escritor reconocido luego con galardones tan importantes como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y que en este 2025 que acaba habría cumplido 100 años.
Dicen quienes conocieron y trataron a Ángel González que era un hombre de muy pocas palabras. “Decía las palabras justas, pero muy bien medidas”, resume su tocayo Ángel Calvo, que era alcalde de Páramo del Sil cuando en 1999 se rodó el documental titulado Ciudad Cero dentro de la serie de Televisión Española (TVE) Esta es mi tierra, en la que grandes escritores recorren y relatan escenarios de su vida. “Llegué a Páramo del Sil todavía con el miedo pegado a los talones”, sentencia el poeta en la voz en off y con la estación del ferrocarril de fondo. Hay que ponerse en el contexto de aquella llegada. Era 1944. Tenía 19 años. Había sido diagnosticado de una grave tuberculosis. España afrontaba las consecuencias de la Guerra Civil, dramática para su familia: un hermano fusilado, otro exiliado y su hermana depurada para ejercer el magisterio en Asturias por su ideología republicana. Su destierro a Páramo resultó inopinadamente providencial.
“Le costaba entrar en conversación. Era parco en palabras. Pero conmigo se explayó más”, observa Ángel Calvo, que fija precisamente en el rodaje de aquel documental el punto de inflexión de la presencia de Ángel González en el imaginario colectivo de Páramo. También hay que ponerse en situación: llegó siendo el hermano de la maestra y fue al principio un auténtico desconocido dado que vivió durante meses prácticamente confinado para curar la tuberculosis. La familia materna de Calvo (su abuela María y su madre, Guadalupe) le llevaba la leche. “Pero a mi madre le decían que no subiera, que dejara la leche fuera”, cuenta relatando una secuencia que recuerda a la reciente pandemia del coronavirus. A González le recetaron entonces reposo, aire puro y buena alimentación. Y él se vio reflejado alegóricamente en un cerezo ubicado frente a su ventana. Su recuperación física resultó paralela al florecimiento del árbol por primavera hasta considerarlo “un ejemplo y un estímulo”.
“Más que ver el mundo, lo oía”, señala, de nuevo con las palabras justas, en un documental que rodó la parte dedicada a Páramo y Primout en tres días. Ángel González también recibía tratamiento médico, en este caso en Ponferrada, adonde se desplazaba en ocasiones en la camioneta de la empresa Construcciones Nicanor Iglesias, de la familia con la que emparentaría su hermana maestra, Maruja González, al casarse con Aniceto Iglesias. “Tenían entonces una obra en Tejedo del Sil y lo bajaban en la camioneta”, cuenta José Antonio Iglesias, sobrino de Aniceto y Maruja, que se acabaron afincando en la capital berciana. Para su recuperación, Ángel González también se alimentaba de poesía gracias a libros como los que le mandaban amigos asturianos, entre ellos obras de Juan Ramón Jiménez (también editaron una revista llamada A Páramo del Sil). “Ahí”, cuenta en el documental sobre esa habitación ubicada en la casa de la maestra, “hice mi aprendizaje de poeta”.
González había llegado con heridas físicas en sus pulmones y las cicatrices emocionales en un país marcado por el conflicto fratricida. “Las guerras civiles son todas muy malas; hay que recordarlas, pero para que no vuelvan a suceder”, le dijo a Ángel Calvo por aquellos días en que retornó a escenarios de su juventud como las calles de Páramo del Sil que entreveía desde su ventana o la estación del ferrocarril (también había encontrado complicidad en una farmacia que se ubicaba en ese entorno). La casa de la maestra, en una de cuyas habitaciones se alojó durante la convalecencia, todavía no se había transformado en el CRIE (Centro Rural de Innovación Educativa) que ahora aprovecha la figura del célebre poeta como enseña. Y el huerto de Arcadio situado en frente era el solar sobre el que se levantó el Edificio de Usos Múltiples.
La convulsa vida de los años treinta y comienzos de los cuarenta le había ofrecido una “tregua” en Páramo del Sil, donde aprovechó el tiempo para estudiar hasta sacarse el título de maestro nacional. Su biografía escribe entonces un punto y aparte con la llegada a Primout, donde ejerce como docente durante unos meses. Tuvo que esperar al deshielo. “Subí a caballo y bajé a pie empinadas laderas”, cuenta en el documental al referirse a aquel pueblo que “debe figurar en pocos mapas”. Iba a sustituir a una maestra que decían que se había vuelto loca en una aldea donde no había comercios, apenas circulaba la moneda al pervivir todavía el trueque y se regía por el sistema de concejo abierto, una fórmula genuinamente democrática en un país que sufría una férrea dictadura. “Le llamó la atención también el lenguaje de las campanas”, recuerda Ángel Calvo en alusión al significado de los toques.
“Me sentaba en sus rodillas. Y me cogía la mano para hacer las letras”. Nacida en 1940, Isolina Pérez Tejón fue una de las alumnas de Ángel González en aquella breve experiencia en Primout, donde las familias tenían vacas, cabras y ovejas, al tiempo que cultivaban centeno o patatas. Muchas veces los críos abandonaban la escuela si había faena en casa. El maestro dejó el pueblo a principios de mayo de 1947, todavía cayendo aguanieve en la cima de la montaña y con una imagen que le quedó grabada en la retina: la de un lobo huyendo con un cordero recental entre los dientes “perseguido por los gritos inútiles del pastor”. Fue su despedida de aquellos años bercianos. Pero esa experiencia singular en Primout todavía daría juego muchos años después.
Ángel González obtuvo el título de Derecho en la Universidad de Oviedo, ejerció esporádicamente el periodismo y trabajó en el Ministerio de Obras Públicas en Madrid desde 1956. Fue en la primavera de 1972 cuando abandonó un país “irrespirable” todavía regido por la dictadura franquista para trasladarse a Estados Unidos, donde dio clase de literatura española contemporánea en la Universidad de Nuevo México, en Alburquerque. El 27 de noviembre de este mismo año, a miles de kilómetros de distancia, Isolina y su madre, Consuelo, dejaban Primout deshabitado. “Salieron las vacas delante y nosotras detrás”, cuenta la primera, que se asentó en Páramo del Sil y no se enteró de que aquel maestro que la sentaba en sus rodillas regresó en 1999 a esos escenarios de juventud. “Me habría gustado haberlo visto”, lamenta.
El poeta no volvió a Primout hasta aquella visita para el documental, más de medio siglo después. Pero sí aprovechaba períodos vacacionales en Estados Unidos para visitar a su hermana en Ponferrada. “¡Niñín, está Ángel aquí!”, le decía Maruja a su sobrino José Antonio Iglesias, que se había formado y ya ejercía desde finales de los años setenta como profesor de Geografía e Historia en el Instituto Álvaro de Mendaña de Ponferrada, tiempo antes de su etapa como presidente del IEB (Instituto de Estudios Bercianos). “Yo lo miraba con un respeto enorme. Me hacía ilusión verlo”, dice Iglesias al relatar dos encuentros, uno en la capital berciana y otro en Corullón, el municipio del que procede su familia. “Mi frustración fue que hablamos poco. Él era más bien parco. Y yo entonces era más tímido”, añade para apenas citar alguna alusión al entorno del río Primout como “un pequeño paraíso”. “Y decía que respiraba mejor en Páramo que en Primout”, rescata también de aquellas dos citas con quien ya en el año 1985 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Ángel González hablaba poco. Era como que arrastraba una tristeza sobre su figura. Y la combatía con sentido del humor e ironía
Los regresos a España se centralizaban principalmente en Madrid, donde encontró otra conexión leonesa. “Cada vez que volvía de Estados Unidos, llamaba a sus amigos. Tenía una libretita en la que iba tachando a la gente que se iba muriendo”, cuenta el periodista Juan Cruz, quien lo describe como “solidario y callado”. “Pero nunca fue incómodo su silencio”, añade sobre aquellos encuentros en su casa a los que se sumaba el escritor leonés Julio Llamazares, quien apunta cómo en una de esas citas respondió a la sugerencia sobre escribir sus memorias fijando el límite de sus 7 años de edad. “Él hablaba poco. Era como que arrastraba una tristeza sobre su figura. Y la combatía con sentido del humor e ironía”, señala Llamazares, quien sí lo recuerda transformándose por la noche hasta cantar “una especie de rap extraño” subido al escenario del pub Libertad 8 en la capital de España.
Llamazares tenía presente aquel pasado de González entre montañas y valles, traído a la actualidad en este año del centenario su nacimiento por iniciativas como las del CRIE, el Ayuntamiento de Páramo del Sil y el Club Xeitu hasta lanzar el proyecto de fomento de la lectura BiblioSil y editar el libro Ángel del Sil. “Creo que aquello lo marcó muchísimo. Lo recordaba con nostalgia y cariño. Pero debió de pasarlo mal”, dice. El autor de La lluvia amarilla trataba de escarbar en aquella experiencia haciéndole preguntas. A falta de muchas palabras, acabó por encontrar la mejor respuesta precisamente en el documental de Esta es mi tierra. Fue cuando el poeta asturiano rememora su salida de Primout y la despedida con los vecinos prometiendo regresar algún día. “No, don Ángel, usted no volverá”, le dijeron. “A Primout no vuelve nadie”, cierra Julio Llamazares el relato dedicado a ese momento en su libro Tanta pasión para nada, concebido el cuento como una “doble despedida”, la del maestro y la de un pueblo víctima de la despoblación.
Ángel González murió en 2008, antes de la publicación de Tanta pasión para nada y de Mañana no será lo que Dios quiera, el libro en el que Luis García Montero sí hace memoria de aquellos años de infancia y juventud. Queda su obra: el poemario Áspero mundo (1956) bebe de sus años en Páramo. “Su poesía está dicha por su alma”, sentencia Juan Cruz. “Mañana salgo de aquí”, le dijo el día antes de fallecer en un hospital de Madrid. Luego, en el tanatorio, la ministra Elena Salgado fue a dar el pésame a Julio Llamazares. “Él fumó hasta el último día”, le dijo al escritor leonés a la impulsora de la ley antitabaco en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, en la despedida a aquel autor que llegó a Páramo enfermo de tuberculosis y salió con sus primeros poemas bajo el brazo.