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La isla gallega que teñía de púrpura las túnicas de los césares: Ons, eje del comercio marítimo en la Roma imperial

Excavación arqueológica en la isla de Ons

Luís Pardo

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Plinio el Viejo se refería a ella como Aunios. Hoy la conocemos como Ons, una isla de apenas 414 hectáreas que emerge del mar a cuatro kilómetros de la costa del concello pontevedrés de Bueu. Junto a la pequeña Onceta y a varios islotes, forman el archipiélago que llevan su nombre y sumadas a Cíes, Sálvora y Cortegada constituyen el Parque Nacional das Illas Atlánticas. Hoy es conocida sobre todo por su exuberante belleza natural pero cuando el militar romano la mencionó en su descripción de la Península Ibérica, allá por el siglo I, Ons era un centro de comercio por el que pasaban productos con origen y destino en cualquier punto del Imperio: salía salsa de pescado y tintes púrpura para los altos dignatarios y llegaba vino, aceite o vajillas con las que las élites presumían de estatus.

Todo esto es lo que están demostrando las excavaciones arqueológicas que desde hace tres años se llevan a cabo en la isla. Este mes de mayo se centran en una sección de la imponente muralla del antiguo castro conocido como Castelo dos Mouros, un asentamiento que data de la Edad del Hierro pero que estuvo habitado hasta el siglo V de nuestra era.

Los mouros que dan nombre al asentamiento no tienen nada que ver con los moros que dominaron la Península durante setecientos años. Como los trasgos de Tolkien, los mouros vivían bajo la tierra en túneles y pasadizos y se dedicaban a extraer oro y metales preciosos. Durante siglos, para los gallegos, estos personajes míticos fueron los responsables de haber levantado los muros, los poblados y los enormes monumentos megalíticos cuyos orígenes desconocían.

“Aquí hay algo, aquí hay algo”, le decían a la directora de la excavación, Alba Rodríguez, los escasos habitantes de la isla. Es por eso que esta profesora de la Universidade de Vigo remarca la importancia de la toponimia “y de hablar con la población local” para cualquier trabajo arqueológico. Porque vaya si había algo.

El castro es el primer asentamiento de habitantes en Ons, aunque el director científico del proyecto, Adolfo Fernández- también profesor de la UVigo- cree posible que en la prehistoria ya hubiese presencia humana en la isla. Una de las cosas que lo convierten en un desafío apasionante es la posibilidad de demostrar una ocupación larga. De momento, ya han alcanzado niveles que datan del siglo I antes de Cristo, pero aún “no está agotado”. “No hemos llegado a la roca natural, así que seguro que será más antiguo”, afirma Rodríguez con un punto de emoción en la voz.

El oro del perro de Hércules

Incluso cuando la Historia avanzaba mucho más despacio, 600 años dan para mucho. Los arqueólogos han comprobado cómo la ocupación romana levantó sobre las viviendas circulares originales casas cuadradas, de hasta dos pisos y “con pórticos mirando al mar”. Es probable que en ellas viviesen los trabajadores de las tres fábricas de salazón de la isla, pero también de otra que elaboraba un producto aún más deseado: tinte púrpura, “el oro de la época”, según José Antonio Fernández, el director del Parque Nacional.

La fábrica de púrpura de Ons es la primera que se localiza en todo el noroeste peninsular. Se habían encontrado otras en Andalucía, el Algarve portugués e incluso en Canarias, pero nunca en una ubicación tan septentrional. Para conseguir ese preciado tono “imperial”, tan del gusto de los césares, los isleños utilizaban múrices, unos moluscos que segregan la sustancia colorante a través de sus glándulas. Pese a ser conocida como púrpura de Tiro, por su origen fenicio, la leyenda atribuye el mérito del descubrimiento a Hércules, al ver pintado el morro de su perro después de morder un caracol en la playa.

En Ons, el tinte no se hacía a mordiscos. “Hay que capturar los múrices y romperles la concha de una manera determinada para extraer las glándulas sin dañarlas”, explica Fernández, el arqueólogo. Fue precisamente la aparición de cuncheiros, los basureros en los que se acumulaban los caparazones, lo que permitió a los científicos identificar sin lugar a dudas el uso de aquellas instalaciones. Hoy, el molusco es una de las estrellas de la sala de arqueología del Centro de Interpretación de Ons.

La púrpura era solo uno de los productos que pasaban por una isla atravesada por “la gran vía atlántica”. Los hornos de Bueu fabricaban ánforas -localizadas en los más diversos puntos a donde llegó la romanización- que se rellenaban de garum, las famosas salsas de pescado, tan presentes en la gastronomía del Imperio, y que seguramente iniciasen el mito de la exportación desde Galicia de los productos del mar. Esos que hoy llevan el sabor de las rías a todo el mundo.

La importación no tenía menos valor: ánforas cargadas de vino y aceite, vajillas itálicas y béticas. “Vajillas finas, el equivalente a esos platos de Sargadelos que todos los gallegos ponemos en la vitrina”, compara Rodríguez. El ejemplo es claro: los nobles de Ons no las usaban para servir la comida, sino para presumir de estatus.

Pero, ¿quiénes eran esos isleños que se encontraron los romanos? “Los habitantes de Ons eran castrexos -habitantes de los castros-, tribus de la Edad del Hierro, pero que no estaban aislados: se habían acostumbrado al comercio con el sur y con el Mediterráneo al menos desde el siglo IV antes de Cristo”.

Para Rodríguez, ésa es una de las maravillas que ofrece esta excavación: no sólo comprobar que en Ons existía un “nudo de comercio” que compara con un centro de distribución de Amazon “para todo el mundo conocido”; también el poder asistir “en directo” al cambio cultural que provocó el choque entre las dos civilizaciones: la existente y una invasora que, en lugar de conquistar de forma violenta -como en Britannia- optó primero por tratar de asimilar a la población, “aunque luego al final tuviese que venir Augusto con el ejército”. Como los galos, los galaicos también eran irreductibles.

Son muchas las muestras de ese cambio: las casas, “que pasan de ser redondas a cuadradas”; la aparición de platos de cerámica frente a los de madera propios de la Edad del Hierro; el “tesorillo” de monedas del siglo III que refrenda la actividad económica... “Yo le digo a mis alumnos que es un cambio comparable a cuando la Coca Cola llegó a España”.

El muro

Por esa autopista del mar en la que Ons era parada obligada, pasaban muchos barcos “y no todos con buenas intenciones”. Por ejemplo, Fernández recuerda que desde esas costas seguro que se pudo otear la armada de Julio César, con sus cientos de navíos, durante la segunda guerra civil de la República. Esa puede ser la principal razón para explicar la magnitud del muro que protege el castro. Pero no la única.

“La muralla tiene cien metros de largo, dos de ancho y, ahora mismo, casi cuatro de alto, lo que nos dice que pudo llegar hasta los seis”, una construcción que quizá no llamase la atención en el continente pero sí lo hace en una isla. Esas son las dimensiones del lado este, el que mira hacia la ría de Pontevedra, donde se está excavando. En el opuesto, podría ir mucho más allá, hasta los 15 metros de altura.

Esa es la hipótesis que habrá que comprobar, ya que tal vez el muro no sea tan alto y, en realidad, esté asentado sobre roca. Pero, si se demuestra que todo eso está construido, será algo “totalmente atípico”. Mientras se confirma, Fernández ya pone el acento sobre un sistema defensivo, con su sucesión de fosos y parapetos, “que llama la atención”.

Su colega recuerda que encontrar la razón de los muros de los castros es un viejo debate: si realmente tienen una función defensiva o urbanística, marcando límites y separaciones entre poblados. La arqueóloga cree que aquí se combinan las dos cosas, a lo que se suma la necesidad de “aterrazar” el empinado terreno para poder construir.

Todas estas incógnitas serán las que se irán cerrando durante los próximos años, lo que permitirá a los responsables del Parque Nacional quitarse “una espinita”, la de no poder mostrar y explicar como se merece el patrimonio cultural de la isla. “Va a ser un antes y un después”, confía José Antonio Fernández.

Si el castro permite asistir a la historia casi en directo, los resultados de los trabajos científicos se muestran prácticamente en tiempo real. La fase actual, con la excavación de parte del poblado prerromano y la conservación de una sección del muro, finaliza el 31 de mayo.

Estará lista y musealizada para que la disfruten los visitantes durante el verano, en esos meses en los que las embarcaciones vuelven a llegar a la isla casi al mismo ritmo con el que lo hacían hace dos mil años; entonces, con las bodegas cargadas de vino y aceite que, al zarpar, habían dejado su lugar al garum y la púrpura de los césares.

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