Tribuna de opinión

León, julio de 1936: las complicidades en los engaños a los mineros asturianos

Mineros asturianos como los que en defensa de la República pasaron por León camino de Madrid.

Con ocasión de presentar en León el próximo martes 4 de octubre, en la Sala Región del ILC, la ‘Primera Parte: El Golpe’, de mi libro ‘Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León, una investigación que me ha ocupado más de ocho años, y en la que la detallada narración de lo sucedido en julio de 1936 y después en la ciudad de León ocupa en la obra un amplio espacio, permítanme que tome de entre la información que ella recoge, mucha desconocida hasta el presente, y les acerque a modo de breve y resumido apunte, la siguiente:

Dos columnas de varios miles de mineros, una motorizada y otra ferroviaria, partidas de Asturias en la tarde-noche del 18 de julio de 1936, con muy poco armamento y con la promesa del coronel Antonio Aranda de que allí terminarán de ser armadas, arriban a León a las diez de la mañana del domingo 19. Su llegada trastocó la decisión de los militares conjurados leoneses de sumarse aquel día a la sublevación en marcha, por lo que tratarán de alejar de la ciudad a los asturianos cuanto antes, para alzarse acto seguido, estrategia que estuvo a punto de frustrarse por dos veces: al inicio de la tarde, cuando un grupo exaltado de mineros pretendía asaltar con dinamita el Cuartel del Cid en procura de las armas prometidas, y algo más tarde, cuando la oficialidad de aquel, opuesta a la entrega de armamento, decide insurreccionarse ya para impedir la que sus mandos han dispuesto.

Fueron en el primer caso convencidos los asturianos de la lealtad de los militares y apartados de las cercanías del Cuartel por el teniente de Asalto Emilio Fernández (en la noche del pasado 9 de junio, abortada por el Gobierno una más de las varias intentonas sediciosas de derechas activas aquellos meses, se habían realizado por fuerzas de Asalto y “milicias rojas movilizadas” dos consecutivos simulacros de defensa y de ataque del Cuartel del Cid para los supuestos de ser sitiado o de sublevarse el Regimiento), y se les engañó en el segundo dándoles un par de cientos de viejos fusiles y algunas ametralladoras, todo saboteado e inservible (“destruidos los cerrojos de los mosquetones y limado el percutor”), y condicionado a que, recogido fuera de la capital el inútil armamento prosiguieran raudos su viaje camino de Madrid.

Consumaron aquel primer ardid (trampa mortal al poco) el general inspector Juan José García Gómez-Caminero, comisionado del Gobierno llegado desde Astorga sobre las once, y su acompañante y colega Rafael Rodríguez Ramírez (“satisfecho con la idea”), y al engaño no podrían ser ajenos el gobernador civil, máxima autoridad de la provincia hasta que al mediodía siguiente los ya rebeldes lo desbanquen, después de que en la tarde de este algún otro notable lo felicite por el modo en que se deshizo de los temibles asturianos, ni el gobernador militar, general Carlos Bosch, el coronel Vicente Lafuente Baleztena, al frente del Regimiento Burgos 31, el comandante Miguel Arredonda, al mando del Cuartel, y algunos oficiales. Activo partícipe en la criminal maquinación (“urdida con el consentimiento de las autoridades leonesas y en la que tomaron parte los militares confabulados para el golpe, con la inhibición de otros”) fue también el mismo teniente Fernández, quien “reconocía el estado de las cuatro ametralladoras, observando que estaban dañadas, manifestando no obstante al comandante (Juan Ayza Borgoñós, a cargo de los expedicionarios asturianos) y a los mineros que los rodeaban que estaban en perfectas condiciones”. No debió de quedar al margen de la artimaña el capitán Rodríguez Lozano (conocedor al menos de ella), regresado de San Pedro de Luna el mismo domingo, antes de la entrega de las armas manipuladas y a tiempo de que en el Gobierno Civil “el general inspector le diera órdenes directas de actuar desde ese momento como enlace entre el Ejército y el gobernador”, y es muy posible que tampoco la ignorase su igual, afín y amigo Eduardo Rodríguez Calleja, vuelto de Villablino el día antes.

Se prometió a los burlados mineros que partían de León hacia Madrid por Astorga y Benavente proveerlos en la ciudad maragata de más armas, y al cabo de unas horas telefonea el alcalde astorgano al gobernador civil solicitándole por dos veces más armamento para ellos, que también allí se lo reclaman, a lo que rotundamente se niegan este, Alfredo Nistal (que le dice que “con habilidad haga que desistan de su empeño”) y Alfredo Barthe, que lo acompañan, y el general Gómez-Caminero, a quien consultan. Supieron en Benavente los asturianos por dos enlaces allí desplazados que llegaban a las dos de la mañana desde Mieres y habiendo pasado antes en León por el despacho del gobernador civil que los escucha atónito, del levantamiento la tarde anterior en Oviedo del coronel Aranda (también este los traiciona y engaña), y del previsible y esperado del general Bosch en León, y deciden regresar a su tierra por La Bañeza, Astorga, Ponferrada, Villablino y Leitariegos.

En Ponferrada el lunes día 20 volvían a apremiar armas los mineros (su llegada altera aquí los planes del benemérito capitán Román Losada de sublevarse a las dos de la tarde, a la vez que lo hacían en León y en Astorga). El guardia civil había entregado ya unas pocas escopetas y varias pistolas inutilizadas, engañándolos a su vez, a los leales que insistentemente exigían ser armados, y al teniente de Asalto Alejandro García Menéndez, al mando de la columna ferroviaria de regreso encargaba su superior, adelantado con la columna motorizada, que acabara de pertrechar allí a su gente y retornara también a Oviedo presuroso. Traslada el teniente lo ordenado al regidor ponferradino, quien requiere al capitán que les facilite su armamento, negándose este, ante lo que –a punto de rebelarse los militares en León– telefonea el alcalde al gobernador civil exigiendo que le comunique al benemérito que lo haga, o que lo obligue, incluso amenazándolo con el bombardeo aéreo del cuartel, sin obtener del responsable provincial (que incumple una vez más  las ya generales y repetidas órdenes del Gobierno de armar al pueblo) otra respuesta que “todo está controlado; que se calme; que hay que actuar con precaución; y que ya veremos lo que se hace por la tarde”. Como replicara el alcalde que de no entregar las armas pensaban los mineros volar el cuartel con dinamita, recomendó el gobernador al capitán “paciencia para evitar semejante riesgo, o el enfrentamiento por lo menos”, y al teniente “que templara un poco al regidor”, en aras de su propósito de evitar el derramamiento de sangre en León y su provincia.

No se cumpliría la pretensión del gobernador Emilio Francés, y algunos de aquellos cándidos engañados que maniobraron para engañar a otros se vieron, bien pronto la mayoría y otros más tarde, en el paredón y ante los inmisericordes fusiles de los golpistas, que les segarán los sueños y la vida.

Procede lo anterior del libro que ahora presentamos, publicado el 8 de julio por Ediciones del Lobo Sapiens con la colaboración de la Diputación Provincial y su Instituto Leonés de Cultura, y los Ayuntamientos de Santa María del Páramo, La Bañeza, Astorga, Santa Elena de Jamuz, y San Andrés del Rabanedo; que han valorado en el ILC como “una obra de singular importancia para el conocimiento de la historia reciente de nuestra provincia”, y que con sus 828 páginas, referencias de casi 3.000 personas y más de 500 lugares provinciales, un centenar largo de imágenes de época, y sus 1.200 notas a pie de página, es mucho más que el relato más completo, actual y detallado del golpe militar de julio de 1936 en los pueblos, villas y ciudades de la provincia de León.  

En cuanto a la exposición ‘Los dibujos de Felipe García Prieto, “topo” en Astorga durante la Guerra Civil, contra el fascio y la guerra’, basada en contenido del propio libro y en documentación hallada en archivos a lo largo de su elaboración, y que puede contemplarse del 3 al 23 de octubre en la Casa de Cultura del Barrio de Pinilla, se trata de una colección de dibujos realizados en su escondrijo por el joven astorgano así nombrado y perseguido por la justicia de los facciosos, que muestra su particular percepción del fascismo y de la guerra que él mismo sufría; que creemos que vale la pena conocer hoy, más de ochenta años después y cuando la historia se repite con una nueva contienda en Europa y el auge por doquier del fascio renovado; y que tiene, lamentablemente, plena vigencia y triste actualidad. 

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