Retos de campaña

Marcelino Marcos Líndez, presidente del Parlamento de Asturias, segando.

Marcelino sabía segar, eso lo dejó claro. La guadaña la había conocido mucho antes de repartir propaganda electoral por Asturias. Y un paisano, viéndolo venir, lo retó. Y cuando el video saltó a las redes todos pensamos que fracasaría en su intento. Lo lógico: tan dentro está la desafección política que se dio por hecho que no tendría ni idea de cómo asombrar a aquel señor que a su paso le dijo, ‘Tú no sabes segar’. Pero sí que sabía. Tenía el ritmo en el cuerpo de quien había bailado con los avatares del campo. Y son muchos. Cada grado que sube la temperatura, un poco más. 

En el pueblo últimamente la conversación es siempre la misma cuando nos cruzamos: 

— Está todo tan seco…

— Nada. No llueve nada.

Y agachamos la cabeza, ladeándola y encogiendo los hombros para que la angustia no caiga. Y así llevamos días que son semanas y semanas que pronto se convertirán en meses. La tierra se cuartea como cuero viejo y el vendaval constante no ayuda a que lo que es ya piedra y barro seco resguarde algo de humedad. Hay días que este viento me hace dudar: ya no sé si estoy en la maragatería o en la Patagonia y me sorprendo mirando a la iglesia como si fuera necesario creer en algo para no desesperarse más. Lo poco que cae es granizo, cuando se atreve, y las temperaturas bajan tanto de madrugada que lo que se plantó y ya asomaba la cabeza pidiendo sol y calma, muere quemado bajo la helada de fin de mayo.

Mientras, la campaña. Ahí el foco está puesto en cualquier otra cosa porque lo más importante nos da vértigo o, tal vez, porque nadie sabe muy bien cuál es la fórmula adecuada. O, como señaló Macron hace tiempo, que estamos ante el fin de la abundancia. Pero es más que eso, en realidad. Es el fin de las certezas. Y ahí tenemos una oportunidad si la miramos de frente y con la mente amplia: quienes parecían irrelevantes porque su sabiduría es el campo empiezan a ser tan importantes como quienes desarrollan tecnologías que tendremos que aprender a poner a nuestro favor y no en contra más pronto que tarde. Toca gestionar los desafíos tan enormes que genera la velocidad a la que somos capaces de desarrollar inteligencias artificiales y, al mismo tiempo, destruir lo único que nos salva: la salud de la tierra.

Y, sin embargo, apenas escuché estos días algunas apelaciones a lo más urgente. Sólo algunas se atreven a hablar del agua como el bien escaso que ya es y que se debe administrar como un derecho básico. 

Mientras otras, desatadas, se dedican a resucitar odios que costó vidas atravesar y, con la misma serenidad que apelan a fantasmas que ya no existen, se marcan bailes pegadizos en Tik Tok que tienen millones de reproducciones y a mí me producen lágrimas. Canta que tiene ganas. Ganas, no sé, de que Madrid se coma a toda España y después no queden más que las astillas para que nos hagamos un fueguito mínimo y recuperar así el color en el rostro cuando ya no quede nada, ni el agua ni las ganas. Ni en Madrid ni en nuestra propia casa. 

Ponga una planta en su balcón, dice. Sí, y que hasta el oxígeno se distraiga. 

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