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Salvador Illa, el tranquilizante que el PSC receta para Catalunya

Salvador Illa en un mitin del PSC en Girona el 5 de mayo.

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Después de casi una década de máximo estrés en Catalunya, de gritos, furia y momentos históricos cada semana, llega Salvador Illa con la almohada, la manta y hasta un frasco con melatonina si es necesario. ¿Tiene problemas para conciliar el sueño y se encuentra en permanente estado de tensión? Illa se ocupará de bajarle las pulsaciones y arroparle. Quizá no le haga un masaje de cuello, pero no será por falta de ganas. 

El candidato del PSC, de 58 años, se ofrece como el tranquilizante que necesita Catalunya. Quizá para analizar los problemas con más frialdad, para “unir y no dividir”, como dice él. Otros anuncian que las elecciones son decisivas, porque si no salen ellos elegidos, Catalunya sufrirá en carne viva. Illa parece decir que lo primero para dejar de sufrir es no ver a los demás como el enemigo. Pero no hay que pensar que ya ha elegido a sus posibles aliados. A todos los mira con una cierta distancia.

La contradicción de Illa es que no se le conocen ofertas a partidos concretos para trabajar juntos en un Gobierno de coalición. Aspira a ser el partido más votado y que los demás se resignen a apoyarle como única garantía de estabilidad. Porque yo lo valgo. Sobre la opción de un tripartito PSC-ERC-Comunes, lo único que dice es que “es una fórmula posible” sin morir de entusiasmo. 

En el mitin de Vilanova i la Geltrú del jueves, le acompañó Pedro Sánchez, que planteó las elecciones como una simple elección entre “Salvador Illa o el bloqueo”. “¿Queremos cuatro años más de parálisis y bloqueo o abrir una nueva etapa con avances sociales y acuerdos entre partidos?”, dijo el presidente. Sin embargo, no hay noticias de esos posibles acuerdos. Illa no los ve posibles con Junts. ERC no quiere saber nada de pactar con el PSC. El PP no los descarta, pero pone un precio prohibitivo. Los Comuns ponen condiciones.

A día de hoy, Illa está tan solo como al comienzo de la campaña. Como bien sabe Núñez Feijóo, ser el partido más votado no te lleva automáticamente al Gobierno.

Es probable que Salvador Illa no estaría encabezando los sondeos con claridad si no hubiera sido por la pandemia y su trabajo como ministro de Sanidad. De hecho, ni siquiera sería líder de su partido. No contaba con un perfil de político que destacara sobre todos los demás en el PSC. No lo tuvo antes de viajar a Madrid para entrar en el Gobierno. 

Su estilo circunspecto y severo fue el adecuado para liderar una emergencia sanitaria sin precedentes. Los errores de gestión existieron, a fin de cuentas todo el sistema sanitario se vio arrollado, pero en términos de comunicación el ministro tuvo el papel que se esperaba de él, el de un padre que les dice a sus hijos cómo están las cosas sin un exceso de autoritarismo.

El PP ha intentado pringarle en las investigaciones sobre la compra de material sanitario en el caso Koldo. El exministro se quitó del tema con facilidad en su comparecencia del 22 de abril. Lo que podría haber sido un problema unos días antes del inicio de la campaña resultó ser una molestia intrascendente. Le dio la posibilidad de definir al PP al responder a su diputado Elías Bendodo: “Si ni en la crisis más importante que vivió España somos capaces de tener un mínimo de unidad, no sé qué concepto de patriotismo tiene usted”.

En esta campaña, Illa tuvo un momento que desmintió al personaje construido con esmero desde que volvió a la política catalana. Fue un arrebato coherente con las apuestas económicas del PSC, pero no tanto con el color verde con el que Pedro Sánchez ha querido pintar a su Gobierno. “Mientras unos amplían la Fira para generar riqueza y actividad económica, otros bloquean la ampliación del aeropuerto. ¿Cómo va a venir la gente? ¿En patinete? Somos el sexto aeropuerto de Europa. ¿Cómo vamos a perder esto?”.

Ampliar aeropuertos y carreteras tantas veces como sea necesario. Poner el crecimiento económico por encima de cualquier prioridad sobre el cambio climático. Eso es lo que se espera de las voces de la derecha que siempre afirman que los ecologistas están fuera de la realidad. Y burlarse de ellos con la mención al patinete y la frase “¿cómo os pensáis que funciona el mundo?”. 

También es un argumento al que hubiera respondido con contundencia Teresa Ribera en el Parlamento. No hubiera sido extraño que la vicepresidenta lo tachara de negacionista. A Illa no le haría esa faena, claro. 

En el intento de reivindicar la Catalunya anterior al procés, y rebañar algunos votos por el camino que no serán muchos, Illa ha reconocido en público en tres ocasiones la labor de Jordi Pujol como protagonista de la recuperación del autogobierno. Las menciones han permitido recuperar ese concepto de la sociovergencia con el que recordar que la rivalidad entre el PSC y CiU era compatible con acuerdos en instituciones locales y una relación de colaboración entre el PSOE y el pujolismo. Adversarios, pero con intereses comunes. Nada que ver con la relación actual de Junts y el PSC.

Otra cuestión en la que Illa se presenta como un candidato moderado o centrista es la de la seguridad. Sin denunciar una situación de caos y anarquía, está preocupado por el incremento de los delitos en algunas ciudades y ahí comparte el malestar mostrado por alcaldes socialistas. Es revelador que haya anunciado que su consellera de Interior será Núria Parlon, alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet. No da buena imagen dar a conocer los nombres de tu futuro Gobierno cuando no vas a tener mayoría absoluta. Lo hace como prometió que cada año habrá 570 nuevos agentes de los Mossos patrullando en las calles.

En Esquerra y los Comuns, lo dibujan como la versión más derechista del PSC en su historia reciente. El megacasino de Tarragona es una de las palancas económicas que lo definen. Como lo reclaman los alcaldes de la zona, con eso ya es suficiente para él. Para haber sido ministro de Sanidad, se muestra singularmente relajado con las críticas por el riesgo de que aumente la adicción al juego: “También hay gente que tiene problemas con la bebida y hay bodegas, y hay gente que juega con los móviles. Es una aproximación reduccionista del proyecto”.

También es un poco reduccionista creer que los demás partidos no tendrán otra alternativa que llegar a acuerdos con el vencedor de las elecciones. Nadie está obligado a entregar gratis su apoyo en una investidura. Por mucho que Illa crea que puede apaciguar la airada política catalana, está por ver que los otros acepten reducir la intensidad de sus gritos. Pensar lo contrario es una apuesta tan arriesgada como creer que un casino no agrava los problemas de ludopatía.

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