El arado romano aún resquebraja la provincia

En la localidad de Pumarín (Balboa, León) el tiempo se ha detenido. Aún puede comprobarse en fechas como estas, cuando las tierras que no han sido abandonadas por culpa de la despoblación deben ser oreadas y preparadas para un inminente sembrado. Es en este momento en el que el viajero atento podrá comprobar que aún puede disfrutar de la misma estampa que se habría producido hace decenas de siglos.

Fotografía de Epifanio Cerezales Pérez.
La culpa de esta estampa es de un matrimonio que insiste no sólo en seguir viviendo en su casa y trabajando su terruño de siempre. Además lo hace dejando de lado la modernidad impuesta ya en la práctica totalidad de los campos de labor de España. De modo que cuando hay que arar, ni tractor ni nada que se le parezca: arado romano, los bueyes de toda la vida, mucho músculo, y a abrir surcos en la dura tierra.
Todo en el matrimonio es entrañable, empezando por la charla pausada y sabia del labriego. También lo es su amor por su 'curtiña', el huerto de labradío encaramado al monte, a la vista del vecino pueblo de Chandevilar, que les regala a cambio de sus sudores anuales unas patatas naturales de lujo. Gracias a la amabilidad de dos fotógrafos, Dori G. Pol y Epifanio Cerezales Pérez, podemos ofrecer estas estampas maravillosas, joyas para los ojos de hoy, acostumbrados a una tablet. Imágenes de un esfuerzo ya casi perdido y de un valor etnográfico excepcional.
Además de los bueyes y los pájaros, un amigo fiel de la pareja y de su eterno arado romano de madera es ese viejo árbol que les abriga y sombrea, que les anima, y que allá por el otoño además les ofrece unas peras como pocas hay. La gente del lugar la conoce como 'pereira Rabuda' y se cuenta que supera con creces el siglo de vida. Cien años que no son nada comparado con el tiempo que hace que por estas mismas tierras se vieron los primeros aperos de labranza como el que maneja Arturo con destreza.
