Los Irmandiños, la revuelta popular que se adelantó a los Comuneros en los albores de la Edad Moderna

Burgueses y el pueblo llano alzados contra “el mal gobierno” y el incremento desorbitado de la presión fiscal. Contra los nobles, no contra la Iglesia. Organizados en Irmandades (hermandades) y machacados por los ejércitos enviados por el monarca. No, no son los Comuneros, son los Irmandiños, la gran revuelta que se produjo en Galicia y El Bierzo (la parte leonesa de la corona doble con Castilla) cincuenta años antes.

Una enorme revuelta popular entre 1467 y 1469, con coletazos años después, que se cuenta que fue una de las más grandes de Europa de la época, en la que los Irmandiños llegaron a asediar el castillo de Ponferrada, que este fin de semana vuelve a rememorar este hecho en una recreación histórica de la batalla en el mismo que recupera tras la pandemia. En el anterior enlace se puede ver el programa de la fiesta irmandiña en el Bierzo.

La Revuelta Irmandiña fue especial, por su virulencia y por sus implicaciones posteriores. Por mucho que la historiografía castellana actual quiera vender que la de las Comunidades fue “la primera revolución de la Edad Moderna”, es difícil sostenerlo por varias razones: la primera, que la revuelta de las Germanías en la Corona de Aragón comenzó un año antes (1519) y terminó uno después (1523); la segunda, que la revolución Irmandiña tiene características tan similares que hasta los propios comuneros y sus enemigos recordaban constantemente que estaban haciendo lo mismo, con unas reclamaciones de defensa del derecho medieval foral ante los cambios legislativos en favor del poderoso que se estaban produciendo en los albores de la Edad Moderna; la tercera, que ni siquiera son únicas o especiales por ser burguesas, ya que en Europa hubo bastantes revueltas de este tipo contra los abusos de la nobleza; y la cuarta, que ni siquiera sería la primera de su 'Corona de Castilla' (que en realidad como indica la simple lectura del pendón de Fernando III que la representa sería 'Corona de Castilla y de León', una doble en la que se mancomunaban, no unían, todos los reinos que pertenecían a ambas), ya que convenientemente olvidan que Galicia y León son la parte leonesa de ese territorio denominado historiográficamente, no administrativamente, así; sólo es la Corona de Castilla cuando conviene al relato.

¿Edad Media o Edad Moderna?

¿Pero 1467 no sería la Edad Media, podrían criticar los defensores a ultranza de las Comunidades como la esencia de que su Castilla es revolucionaria? Eso depende, y mucho. Para los europeos los Irmandiños estarían en el comienzo de la Edad Moderna, ya que para ingleses y franceses esta comenzaría en 1453 con la caída de Constantiopla (de hecho, los primeros siguen en ella, ya que su historiografía no contempla la Contemporánea), mientras que en España, por tradición, el año en que pivotan las dos edades históricas es 1492. Sin embargo, esta clasificación es, como se ve, completamente arbitraria –y del siglo XIX, ya que los medievales no sabían que vivían en la Edad Media– y se debe observar que las épocas cambian en procesos históricos más largos, no de un año para otro como si el 31 de diciembre de 1491 fuera medieval y el 1 de enero de 1492 moderno.

“En realidad, aunque es la segunda parte del siglo XV podríamos decir que es prácticamente Edad Moderna. Sabemos que en la historia son procesos y que lo que hacemos con lo de la Edad Moderna es hacer unos compartimentos históricos que no tienen mucho que ver con la realidad, porque es un proceso”, indica Arturo Rodríguez Lope-Abadía, historiador investigador y traductor especializado documentos de la Era Moderna, que fue adjunto de dirección de la Casa-Museo de Cristóbal Colón en Valladolid, afincado actualmente en La Coruña.

“Por ejemplo, en Francia se considera la introducción de la Edad Moderna en 1453 porque es cuando cae Constantinopla, que es el último resto del Imperio Romano o porque es cuando acaba la Guerra de los Cien Años más o menos, también es cuando se inventa la imprenta, con lo cual ya estás ahí en un terreno más moderno con el avance de Gutemberg. Así podríamos decir entonces que la revuelta Irmandiña es la primera manifestación de lo que podría ser una revolución en una época más o menos tirando a Moderna. A mí me parece razonablemente acertado en España considerar el inicio de la Edad Moderna en el reinado de los Reyes Católicos; o sea, no necesariamente 1492, que se suele usar por ser una fecha muy simbólica por el Descubrimiento de América, expulsión de los judíos, conquista de Granada... pero los irmandiños entran ahí, justo al principio de ellos, que en realidad son los que más o menos los que la liquidan que apagan los últimos rescoldos, sobre todo cuando decapitan al mariscal Pardo de Cela en 1483”, explica.

Alzamiento popular contra “el Mal Gobierno”

¿Pero qué fueron en realidad los Irmandiños? Pues una de tantas revueltas populares de la Europa cristiana en el final de lo que consideramos convenientemente Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna. Ya en el siglo XII se produjeron alzamientos burgueses de gran importancia en Sahagún, pero es que desde la gran peste de mediados del XIV los abusos de la nobleza fueron causa de enormes revueltas populares en Europa, “un poco a partir de la época de la gran peste, que hay una mortandad descomunal por toda Europa, con lo cual hay una caída de población y por ende de ingresos entre los grandes señores por un alza de los salarios. Y a raíz de eso se empiezan a suceder revueltas campesinas y antiseñoriales. Porque ya la gente se ha hartado de esta explotación continua y más aún después de la monumental tragedia”.

Se inicio en la primavera de 1467 en un contexto de creciente agitación social, marcada por la hambruna, epidemias y los abusos ejercidos por la nobleza gallega, aprovechando la enésima guerra civil en la Corona de Castilla y de León entre los nobles y Enrique IV, surgida tras la Farsa de Ávila.

La respuesta a estas circunstancias adversas fue la formación de la Santa Irmandade, también conocida como 'La Santa Hermandad', que surgió como una reacción al creciente agravio que la población sufría a manos de la aristocracia local, principalmente en sus fortalezas.

Como la economía del Noroeste de la Hispania medieval estaba fuertemente ligada al ámbito rural, y la nobleza, tanto secular como eclesiástica, esta ejercía una gran influencia en los reinos de León y de Galicia, lo que resultaba en tensiones constantes con el monarca de turno. Las familias nobles, como los Osorio en Monforte de Lemos y Sarria, los Andrade en Puentedeume, los Moscoso en Vimianzo, los Sarmiento, los Ulloa y los Sotomayor, entre otros, perpetraban abusos que iban desde la promoción del bandolerismo feudal hasta la imposición de pesados impuestos. Los campesinos eran los más afectados y lideraron varias revueltas, destacando la Irmandade Fusquenlla (la hermandad Enloquecida u ofuscada de 1431) y la Gran Guerra Irmandiña.

Esta fue preparada en años previos con el liderazgo de Alonso de Lanzós y el apoyo de varios concejos –al igual que los Comuneros hubo fuerte división de bandos–, como La Coruña, Betanzos, Ferrol y Lugo, que sirvieron como impulsores iniciales del movimiento contra los poderosos. En este caso, la revuelta irmandiña se convirtió en una auténtica guerra civil debido a su amplia participación social.

Años de malas cosechas y plagas provocaron la revuelta popular, y se estima que los irmandiños llegaron a tener unos 80.000 efectivos. Diversos grupos sociales, como campesinos, ciudadanos, baja nobleza, hidalgos e incluso miembros del clero, apoyaron y lideraron la guerra irmandiña; otra similitud más que clara con la Guerra de las Comunidades medio siglo después. Los líderes del movimiento procedían principalmente de la baja nobleza, pero no dejaban de ser nobles de buena alcurnia. Pedro Osorio actuó en el centro de Galicia, especialmente en la zona de Santiago de Compostela, Alonso Lanzós lideró la revuelta en el norte de Galicia y Diego de Lemos encabezó las acciones irmandiñas en el sur de las provincias de Lugo y norte de Orense.

Los irmandiños destruyeron alrededor de 130 castillos y fortalezas durante los dos años que duró la guerra, principalmente dirigidos contra los linajes de Lemos, Andrade y Moscoso. Pero, en contraste, no atacaron a las figuras eclesiásticas; al igual, otra vez, que hicieron los comuneros (salvo echarle la culpa de todo a Adriano de Utrech). Parte de la nobleza afectada por los irmandiños huyó a Portugal o Castilla. En 1469, Pedro Madruga lideró un ataque feudal desde Portugal con el respaldo de otros nobles y las fuerzas del arzobispo de Santiago de Compostela. Estas fuerzas nobiliarias, que utilizaban tecnología militar más avanzada, como los arcabuces (armas propias de la táctica militar de la Edad Moderna), vencieron a los irmandiños, arrestaron y mataron a sus líderes. La victoria final de las tropas de Pedro Madruga se debió, en parte, al apoyo de los reyes de Castilla y Portugal, además de la división dentro de las fuerzas irmandiñas. Pero la solución no fue inmediata. La estrepitosa derrota de las clases populares fue vengada por los nobles, que les hicieron reconstruir, en condiciones muy miserables, las fortalezas que destruyeron.

“Es muy interesante ver que las revoluciones modernas igual no empiezan con los comuneros. Ya había mar de fondo atrás. Los Irmandiños entonces era memoria viva, literalmente los más viejos del lugar se acordarían. Pero es muy curioso todo esto son procesos, no solo en España, porque tenemos esa manía de ser muy esencialistas, de que todo pasa en España, pero también pasa en Francia, y también en Inglaterra... en Alemania las revueltas campesinas las hubo a puñados. O sea, revueltas antiseñoriales tanto contra señores laicos como eclesiásticos las hubo a patadas, como el famoso Götz von Berlichingen, también llamado Götz de la mano de hierro porque perdió una mano en combate y se hizo una prótesis de hierro que aún se conserva. Pues entonces tenemos ahí una serie de conexiones, que nos vienen a decir que igual la historiografía castellana exagera bastante con lo que es lo de los comuneros, es que esto entra en casi un proceso más general, en paralelo hay las revueltas campesinas de Alemania, Francia, Italia... también hubo una cierta revuelta en la época de Enrique VIII, mitad revuelta mitad de peregrinación exaltada, una cosa un tanto extraña de católicos para decirle al señor Rey: 'no nos quite la religión'; es algo generalizado contra los abusos de los poderosos”, comenta el experto.

El conflicto trajo cola durante varios años. No sólo para el pueblo, sino también para algún noble. Los Reyes Católicos también sufrieron otra revuelta en la época en la corona de Aragón. “Ahí está todo el conflicto de los remensas (1462-1485), que se lo ponen duro al padre de Fernando y a él también se lo ponen complicadito. Aunque el conflicto de los remensas es más bien un conflicto campesino contra ”los malos usos“ señoriales, contra los abusos, que se pone fin con sentencia arbitral o Laudo de Guadalupe de 1486 en el que se suprimen estos 'malos usos', que es la forma de llamarle a los abusos. Más o menos también lo que vuelven a decir los comuneros: 'Estamos para poner fin a los abusos'. O sea, siempre, la temática es esa, siempre en esa época. A las cargas excesivas, a las condenas injustas, las reivindicaciones habituales de esta clase de revueltas”, relaciona Lope-Abadía.

Y precisamente Isabel y Fernando acabaron con cualquier rescoldo de la revuelta Irmandiña en 1483 al ajusticiar a un noble por sobrepasar todos los límites: Pedro Pardo de Cela. “Depende de cómo de nacionalista sea uno, te lo considerarían como un héroe de Galicia o como lo decía Fray Antonio de Guevara –el gran negociador imperial en la época de los Comuneros–, en la categoría de los tiranos locales”. El llamado mariscal era un señor importante de la zona norte de Galicia, Mariña, que tenía unos cuantos castillos en régimen de usufructo que en realidad le pertenecían al obispo de Mondoñedo. Entonces éste le reclama que se las devuelva pero el noble se niega, leva a tropas y va a la guerra contra el obispo. Y la cosa le sale mal: interviene la justicia de los Reyes Católicos, llegan las tropas del ejército real y ponen fin a la broma.

“Fray Antonio de Guevara, lo mete en la misma categoría de tiranos que la duquesa de Villalba, que Fernán Centeno, el capitán Zapico e incluso le dice al líder comunero Juan de Padilla, en una carta que 'si deponéis vuestra actitud os tendré yo en mis crónicas entre los buenos varones y si no, os tendré en la categoría de los famosos tiranos'. Como para no fijarse en la influencia de la revuelta irmandiña en lo de los Comuneros tras ver cómo se refieren, irónicamente, los imperiales a ellos para denostar a los alzados del momento”, señala Arturo Rodríguez Lope-Abadía.

La guerra irmandiña en el Bierzo

Los irmandiños también se levantan en el Bierzo. Llegan a conseguir incluso asediar el Castillo de Ponferrada en septiembre de 1467 tras atacar los castillos señoriales, de Sarracín, Balboa, Corullón, Valdavido, Cornatel (casi totalmente destruido) y Lusio en Ancares. La violencia fue tal que el conde de Lemos tuvo que huir hacia dentro de las tierras leonesas.

Los abusos en la comarca del conde de Lemos, Pedro Álvarez Osorio, eran bien conocidos entre sus habitantes. Uno de los ejemplos más notables de estas prácticas abusivas era la imposición de servicios obligatorios, que incluían el trabajo forzado en sus diversas fortalezas, tanto para sus vasallos propios como para los ajenos.

El conflicto tuvo sus focos en Ancares y Arganza, donde un líder irmandiño llamado Álvaro Sánchez de Arganza atacó al poderoso conde mientras se retiraba al castillo de Luna. Finalmente, este capitán berciano fue apresado y posteriormente ejecutado, con la confiscación de sus bienes como resultado.

La Revuelta Irmandiña dividió profundamente a los habitantes del Bierzo –al igual que ocurrió en la época de los comuneros, con peleas constantes entre los miembros de los concejos, como ocurrió en León que fue controlada en un primer momento por los Guzmanes en una algarada que arruinó la primera Semana Santa leonesa de la que hay constancia documental, pero con una fuerte oposición de los Quiñones realistas hasta tal punto que apalizaron a las huestes comuneras nada más salir de la capital leonesa–, otra similitud clara con la Guerra de las Comunidades; pero . medio siglo antes.

Por un lado, estaban aquellos que se unieron a la alianza irmandiña, mientras que por otro se encontraban quienes apoyaron a los poderes señoriales. En este último grupo se incluía el conde de Lemos, Pedro Álvarez Osorio, junto con los concejos de Ponferrada, Cacabelos y Villafranca. Estos últimos buscaron el apoyo de la Junta de la Hermandad reunida en Madrigal en marzo de 1468. Bajo el liderazgo del Osorio y con la cooperación de los regidores bercianos, obtuvieron una provisión de la Hermandad para reclutar hombres y recaudar fondos para luchar contra los alzados.

Derrota y represión

Finalmente fueron ampliamente derrotados los Irmandiños en 1469. Lo que tuvo consecuencias durante mucho tiempo. Con la venganza del conde de Lemos. Un testimonio de un pleito de Molinaseca, todavía en 1517, ilustra esta realidad: “Conocio al dicho conde ser ombre muy poderoso e mandava e señoreava toda esta provincia del Vierzo, e vido que para haser la fortaleza de la villa de Ponferrada traya los ombres de las abadyas, asy como de San Pedro de Montes e de Santa Marya de Carrazedo e de Sant Andres de La Espinareda, e los traya para la dicha fortaleza e les mandaba como a sus vasallos”.

Pese a todo, la conciencia irmandiña antiseñorial persistió después de la derrota en el campo de batalla. Esto se reflejó en un pleito posterior de 1513 que involucró al monasterio de Carracedo y sus vasallos. Estos últimos rechazaron la imposición del impuesto señorial de los cuartos y quintos por las nuevas tierras roturadas. Argumentaron en su defensa que fue el conde de Lemos quien impuso este nuevo tributo.

La derrota final de los irmandiños bercianos frente a los señores provocó una fortisima represión. Pedro Alvarez Osorio se embarcó en la tarea de reconstruir sus castillos con el trabajo forzado de sus vasallos. Los textos del pleito Tabera-Fonseca (incluso más allá de los Comuneros, ya en 1527) arrojan luz sobre este tema: el conde respondió a las quejas de sus vasallos diciendo: “Hi de puta villano que vos fazian a vos mis fortalezas que seaban fechas, que si bos y los otros mis basallos no me las derrocades no hos las mandara fazer”.

La revuelta irmandiña tuvo tal impacto en el Bierzo, que medio siglo después prácticamente no hubo apoyo a las Comunidades contra el aumento de impuestos abusivo del emperador Carlos V. El recuerdo de la brutal represión estaba muy presente. Demasiado. No había pasado tanto tiempo para olvidarlo ni para meterse en disputas vanas. Los comuneros fueron menos (la quinta parte, no llegaron a veinte mil efectivos), se resistieron mucho menos en batalla y tuvieron mucha menos represión. La Edad Moderna estaba más avanzada, y el ejemplo nefasto para el pueblo de la que sí se podría considerar 'primera revolución Moderna' cincuenta años antes, la irmandiña, hizo que las cosas volvieran a la calma mucho antes.

Conexión directa

La carta de Fray Antonio de Guevara a Padilla, poniéndole como ejemplo la revuelta irmandiña

Las conexiones entre la revuelta irmandiña y la comunera son tantas como sus similitudes. Ciertamente los irmandiños no llegaron a juntarse como Cortes alternativas, como sí lo hicieron los miembros más recalcitrantes de las Comunidades –sin conseguir nunca quorum, por eso la Ley Perpetua de Ávila nunca se aprobó y no deja de ser un mero borrador sin más valor efectivo que un papel mojado–, pero tampoco fueron contra el rey aunque parezca lo contrario. Fueron contra los abusos de la Corte del Emperador, porque la reina de Castilla y de León era su madre Juana, a la que fueron a pedir su aprobación (spoiler: no se la dio para no perjudicar a su hijo Carlos). Aún presa en Tordesillas, la realidad es que Carlos V no fue rey de España protocolariamente hasta que ella murió en 1555.

Pero otro ejemplo pone en conexión directa a la revuelta de las hermandades populares de Galicia y de León en el Bierzo con las Comunidades cincuenta años después. La carta de Fray Antonio de Guevara a Juan de Padilla en la que le compara, ojo, con los tiranos de los Irmandiños. Sí, con los nobles “del mal gobierno”. ¿Y cómo era esto posible si los comuneros siempre han dicho los castellanistas que eran como los Irmandiños, del pueblo llano? Pues porque el líder comunero no era un hidalgo normal y corriente. El representante de Toledo, era nada menos que yerno del marqués de Villena, sobrino de Gutierre de Padilla, comendador mayor de Calatrava, y de Diego López de Padilla, mariscal de Castilla; casado con María Pacheco, hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, primer marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla... —“lo que suena poco a héroe popular”, comenta irónicamente Arturo Rodríguez Lope-Abadía, conocido en twitter como @TheMarquesito– para destacar que lo de los comuneros también fue una lucha entre familias nobles poderosas en León, por ejemplo, muestra de la eterna rivalidad entre Quiñones y Guzmanes.

Otra casualidad más, que igual no es tanta visto lo visto, es que el hermanastro del Obispo Acuña –famoso por entrenar a trescientos sacerdotes como arcabuceros para que Dios no los acompañara en Villalar y les enviara lluvia que mojó sus mechas–, era Diego Osorio. Sí, de la familia de los Osorio, de aquel conde de Lemos. Por cierto, Acuña comunero... y Diego Osorio (señor de Abarca de Campos, Villarramiro, Villahán y Vallejera).. del bando realista. Las cosas estaban tan divididas en 1520 y 1521 –no como alguna historiografía castellanista quiere hacer creer que iban todos a una–, que hasta las familias estaban rotas. Al obispo de la diócesis zamorana, la propia Zamora le cerró las murallas y le impidió el paso.

“Ellos mismos con los comuneros están recordando lo que ocurrió en los irmandiños, sí”, muestra el experto en documentos de la Edad Moderna. “Fray Antonio de Guevara le recuerda a Juan de Padilla lo que pasó cincuenta años antes diciéndole 'no sois distintos a la época de los pequeños tiranos', dándole la vuelta y considerando que no era la parte buena de la revuelta. Es muy interesante en la misma época ellos mismos son conscientes de que los comuneros se parecen mucho, porque les ponen como ejemplo, aunque sea al contrario. Fray Antonio no perdía hilo”, señala el experto en documentación de la Edad Moderna.

Esta es la carta a Juan de Padilla:

Si vos señor tomáreles mis consejos, asentáraos yo en mis crónicas entre los varones ilustres de España. Es a saber, con el famoso Viriato, con el venturoso Cid, con el buen Conde Ferran González, con el caballero Tirani, con el gran Capitán. Y otros infinitos caballeros dignos de loar y no menos de imitar. Pues quisiste, si queréis, seguir y creer a Hernando de Ábalos y a los otros comuneros. Serán esforzados de asentaros en el catálogo de los famosos tiranos. Es a saber, con el alcaide de Castro Nuño, con Fernán Centeno, con el Capitán Zápico, con la Duquesa de Villalba, con el mariscal Pedro Pardo, con Alfonso Trusillo, con Lope Carrasco y con Tamayo el Izquierdo. Todos estos y otros muchos con ellos fueron tiranos y rebeldes en los tiempos del rey Don Juan y del rey Don Enrique. Y la diferencia que de vos a ellos va es que cada uno de ellos tiranizaba nomás de a su tierra y vos, señora, toda Castilla. Yo no sé qué fin tenéis ni qué sacáis de seguir esta empresa y por fiar tan injusta demanda. Pues sabéis, y sabemos todos, que en caso de que salgáis con ella no hay quien os lo agradezca. Y si no salís con ella hay rey que os pida la injuria porque la grandeza de Castilla ni sabe desobedecer a reyes ni dejarse mandar de tiranos.

Claro y conciso: la primera revuelta en la que se fijan no son las Remensas, ni siquiera la de las Germanías que se producía a la vez, sino la de las Irmandades.

Pero dos revoluciones no pueden ser iguales, más con cincuenta años de diferencia. “Los comuneros es que estos hablan de abusos –reflexiona Lope-Abadía– más en lo que es la Corte del Emperador. Que no es el rey de España todavía. Porque ellos no van en contra de la reina Juana, de ninguna manera. El abuso lo perciben de una corte extranjera copando cargos que le deberían pertenecer a nacionales. El abuso les viene de fuera y es lo que estos perciben como algo perjudicial. En cambio, el que perciben los irmandiños es endógeno. Son los señores de dentro, es el tirano de cerca. Sería prácticamente la diferencia más notable, pero en el fondo todo parece bastante similar”.

Enorme división por las luchas nobiliarias

“En la época de los irmandiños había mucha división entre las facciones nobiliarias De unos lados y de otros Por ejemplo el señor de Rivadavia estaba siempre a la gresca con los Sotomayor, o sea los Sarmiento contra los Sotomayor, los Andrade si no me equivoco estaban habitualmente peleados con los Moscoso, los Pardo de Cela estaban peleados con una familia de la zona, los Mariñas o los Mariños de Lobeira. Vamos, que había pequeñas guerras nobiliarias. Que tampoco son distintas de las que hay en otras partes como la guerra de los Atunes entre el duque de Medina Sidonia y Rodrigo Ponce de León, el marqués de Cádiz. O los Quiñones y los Guzmanes en León, que eran también otros que estaban en guerra perpetua. Y los comuneros igual: o sea es un poco los enfrentamientos territoriales de los nobles que terminan generando ese impacto en las clases populares porque son ellos los que van a ir a la guerra”.

Pone como ejemplo de estas disputas nobiliarias en 1520 los intereses de verdad de los líderes comuneros que “se aprovecharon de los ejércitos y los dineros de las ciudades para llevar adelante su propia agenda política. Cada cual tenía asuntos propios: Acuña ambicionaba la mitra primada de Toledo, Bravo pretendía el condado de Chinchón, Maldonado ser el amo de Salamanca, los Padilla tenían cuitas contra los Guzmanes por las dignidades de la Orden de Santiago, y Girón pretendía el ducado de Medina Sidonia que poseía su suegro”. Todo lo resume con verdadera retranca gallega: “Motivaciones populares y nobles donde las haya, dónde va a parar”.

Como conclusión, Arturo López-Abadía considera que “es bastante curioso que haya tantas similitudes” entre los irmandiños y los comuneros. “Y paradójico que no se cuente esto en ciertos momentos, porque me parece que es bastante similar, dentro de que es distinto porque son cincuenta años de diferencia. O sea, las cosas cambian, evidentemente no es lo mismo la guerra que va a sufrir ahora en Gaza que la que se produjo hace 20, 30, 40 o 50 años. Son distintas, aunque son igual de crueles, claro, evidentemente. Pero igual los que defienden tanto esto de la primera revolución burguesa de la Edad Moderna la de los comuneros de 1520 patinan bastante. Patinan mucho para empezar por las Germanías, que es justo antes en 1519. Pero además todo esto viene de un amplio contexto. De 160 años de revueltas de tipo antiseñorial, de revueltas campesinas, por toda Europa. Y los Irmandiños son considerados en toda Europa –menos en la historiografía española castellanizada, qué casualidad– una revuelta dentro de la Edad Moderna”.

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