Cuando la masonería abrió sus logias en León (II)

La huella más visible –primorosamente conservada desde hace más de un siglo– de los masones leoneses es un símbolo hecho de yeso, sobre el dintel del número 25 de la Avenida Ordoño II de la capital. Se trata de una escuadra encontrada con un compás, de la que pende una plomada que sujeta una regla insertada entre los tres elementos anteriores, adornado el conjunto de instrumentos por dos ramas de laurel. Todo el conjunto guarda un claro simbolismo y está fechado en 1897. La escuadra es sinónimo de rectitud y el compás de justicia. Cuando ambos se entrecruzan representan el predominio del espíritu sobre la materia. La regla de medir advierte al masón que ha de ser justo y equitativo. La plomada, símbolo indiscutible de albañilería, representa la ley moral de nuestras acciones. Las ramas de laurel adornando el conjunto de instrumentos, atributo de Apolo, representan la inmortalidad.
Se desconoce al autor o autores de esta obra, pero en 1897 la masonería de León contaba, al menos, con dos constructores (Eduardo Cordina Romoroso y Jesús Corona Alonso), un albañil (Jaime Arbos Cano) y un contratista (Isidoro Escagües Palacín). Cualquiera de ellos pudo dejar el emblema en la puerta de esta construcción urbana. Resulta más sorprendente que no desapareciera durante la etapa franquista, caracterizada por una iracunda obsesión antimasónica. Hoy día sigue luciendo en el frontal del edificio, aunque pocos viandantes reparan en este singular adorno.
Influencia de los masones en el mundo profano
En el campo de la acción política, los masones leoneses se propusieron influir en la prensa local, un medio de moda donde poder explicar sus teorías democráticas y los derechos del ciudadano, frente a las ideas teocráticas y conservadoras de jesuitas, seminarios católicos y caciques provinciales. Varios masones pasaron a formar parte de la redacción de El Campeón, órgano republicano leonés que más se acercaba a los principios masónicos. En 1890 esta logia nombró un triángulo electoral (de tres miembros) para enfrentarse a los candidatos canovistas y carlistas, tratando de ganar votos e influencia para los republicanos radicales. Tomaron parte activa en la campaña de las elecciones generales y se apuntaron como gran victoria la que obtuvo el candidato posibilista Esteban Morán, apoyado por la logia leonesa.
También contribuyeron a organizar y difundir conferencias de propaganda republicana con protagonistas como Gumersindo Azcárate, Emilio Menéndez Pallarés y Francisco Pi y Margall. Sintieron orgullo de presentar a un candidato masón por el partido republicano federal en León, Francisco Cabo, cuyo nombre simbólico era Danton, que llegó a obtener 300 votos, “cifra muy superior a la esperada”, según sus propias declaraciones. También procuraron colocar sus candidatos en las elecciones municipales, apoyando con entusiasmo a la fracción de Ruiz Zorrilla. Los masones de León –más allá del éxito obtenido– hicieron política, viendo en el republicanismo el camino más corto para llegar a su ideario y asegurar además un prestigio social para la supervivencia de la institución en la ciudad. En otros momentos abogaron por el desarme general de Europa, la política antibelicista, el rechazo a los bloques armados y la necesidad de potenciar el movimiento obrero como tendencia de progreso social.
El proselitismo masónico de aquellos años corrió de la mano del Capítulo Pelícano –estructura dentro del taller Luz de León–, empeñado en levantar una nueva logia en estas tierras: fue la de Hijos de la Constancia, en Astorga, de la que se conserva una documentación escasa (1889-1890), a cuya cabeza figuraba José Blanco Fernández. En su acto de inauguración se reunieron todos los masones leoneses del momento. La capital maragata fue el segundo centro de actividad masónica, seguramente fugaz y poco efectiva, pues no hubo –además de la ciudad de León– otro taller en la provincia en el último cuarto del siglo XIX.
La presencia de la mujer en el Taller Masónico de León
Como la mayoría de las instituciones decimonónicas, la masonería fue machista en su concepción y funcionamiento. Desde principios del siglo XVIII se había vetado a la mujer en las logias. Y ello porque para ser masón había que ser libre, y a la mujer se la concebía bajo la tutela del varón. Argumento peregrino y poco imaginativo, pero en pleno vigor en aquellos tiempos. Fueron los masones franceses los primeros en romper esta discriminación, llegando en 1885 a España la implantación de logias mixtas y femeninas –aunque no paritarias–, bajo el GOE. Que en León hubiera presencia femenina en el taller masónico dice mucho del talante progresista de sus componentes. De hecho, decoraron el templo y tuvieron algunas tenidas blancas con presencia de mujeres profanas invitadas, también tenidas fúnebres para despedir a alguno de sus miembros, así como las que se celebraron en honor de Víctor Hugo o Amadeo de Saboya.

En León se llegaron a iniciar en la masonería cuatro mujeres, dos desconocidas y otras dos con permanencia durante varios años en el taller, hasta incluso ostentar el grado 3 de maestras masonas. Las desconocidas no debieron de prolongar su estancia en el taller, tal vez por presión social, pues no hay que olvidar el litigo constante de la masonería con una Iglesia dominante. La documentación menciona a Quintina Mangas, maestra de escuela, casada, que adoptó el simbólico de Libertad. Y Palmira Mangas, ama de casa, casada, simbólico Luz. ¿Eran familiares o conocidas de miembros de la logia? Seguramente, sí. De lo contrario, se entiende mal que un ama de casa diera un salto tan fuerte dentro del ambiente social y católico de la época, donde la Iglesia condenaba a la masonería y la tachaba de secta peligrosa.
¿Quiénes eran estos masones?
La extracción social de los miembros que ciñeron mandil en León puede ayudarnos a conocerlos mejor. (Para ver el listado completo de sus nombres, véase el número 70, de la Revista Tierras de León (1988)). En menos de quince años de vida pasaron por la logia Luz de León no menos de setenta miembros. No es cifra corta para una ciudad de provincias, donde la implantación del taller resultó costosa, supliendo el bache inicial por una captación posterior bastante efectiva. Resulta evidente que hubo muchos masones que no eran leoneses, pues los delatan sus apellidos: Amenta, Berruquillo, Busiere, Cordina Romoroso, Dupost, Emaldi Urrutia, Escagües, Palacín, Forcat, Fuster, Lagarica, Laurín, Miaja, Saclier. La mayoría de ellos procedía de Francia, País Vasco, Santander, además, de otros lugares de España. Es más que probable que la línea de entrada en la capital fuera el ferrocarril, una vía de comunicación, transporte y progreso que congregó aquí a técnicos, maquinistas, obreros, incluso pequeños negocios auxiliares. Seguramente la masonería llegó en tren a la ciudad León. La mayoría de sus miembros estaban casados, con tramos de edad entre los 20 y los 50 años.
Profesionalmente representaban un abanico muy amplio: pertenecían a las clases medias, pequeña burguesía y sector asalariado. Destacaban quince empleados, nueve maquinistas de ferrocarril, cuatro comerciantes, cuatro militares, cuatro industriales, tres sastres, dos maestros de escuela, dos mecánicos, dos carpinteros, dos negociantes, dos constructores y un representante de otras muchísimas profesiones como albañil, fotógrafo, marmolista, contratista, estudiante, zapatero, confitero, tornero, peluquero… incluso un propietario, dato genérico que no nos permite acotar su riqueza o estatus social. Por su cualificación y nivel de estudios destacaban un ingeniero, un catedrático de instituto, un notario y un registrador.

Resulta más significativo el abanico de grados adquiridos. Los más altos traían militancia a sus espaldas, convirtiéndose de facto en los dirigentes del taller: un miembro de grado 33, el máximo (Soberano Gran Inspector General), uno del grado 31 (Gran Inquisidor Comendador), uno del grado 30 (Elegido Caballero Kadosch), siete del grado 18 (Caballeros Rosa Cruz), tres del grado 9 (Maestros de Templo); el resto se repartían entre los grados elementales: grado 3 de maestro, grado 2 de compañero y grado 1 de aprendiz. Al concentrarse varios miembros de alta graduación en una logia, se les permitía una distinción organizativa superior en el seno del taller. Fue el caso de la Cámara Capitular Pelícano, compuesta, en orden ascendente, a partir de Caballeros Rosa Cruz.
Resulta, más evocador el listado de sus nombres simbólicos, el mismo que libremente adoptaban al ser iniciados en la orden. Se trató de un rasgo singular de la masonería española, colmado de significado. Al elegir libremente ese otro nombre, el masón tomaba el nombre que mejor representaba su ideología. Los simbólicos, además, permitían un cierto anonimato, al librarles de una posible identificación en caso de ser interceptadas documentación o cartas. Hay que pensar que la masonería fue clandestina mucho años y en general no gozó de la simpatía de amplios sectores sociales. ¿Que nombres simbólicos adoptaron los masones leoneses? Abundaron los de políticos contemporáneos (Salmerón, Orense, Gambetta, Topete, Mendizábal, Pi y Margall, Castelar, Prim, Azcárate…), de científicos (Darwin, Peral, Franklin, Guttemberg), nombres del mundo clásico (Virgilio, Arquímedes, Pitágoras), del ámbito literario (Zorrilla, Víctor Hugo), de personajes revolucionarios y patriotas (Danton, Riego, Padilla, Velarde, incluso Pelayo). Finalmente, destacaron los nombre simbólicos de principios éticos o morales, virtudes sociales, lugares deleitables: Patria, Fraternidad, Razón, Progreso, Libertad, Luz, Edén. Ese espectro semántico conformó el pensamiento de los masones de León, un nombre simbólico que resumía sus respectivos idearios.

¿Resultó efectiva la masonería leonesa? Más bien fueron altos sus ideales, pero con logros muy discretos. Le faltó continuidad, unión y apoyos externos. Fue, como muchas logias provincianas, una ventana desde donde respirar otros vientos, pero sin capacidad de remover los cimientos del sistema político y social de la Restauración. La mala fama también acabó por hacer mella. A la masonería se le ha echado la culpa de casi todo, atribuyéndole males morales y perversión social.
Se la inculpó de la crisis de 1898, de ser responsable de la emancipación de las últimas colonias. La crisis finisecular buscó chivos expiatorios y encontró uno de ellos en los talleres masónicos. Ello provocó allanamientos a logias, persecuciones, cortapisas legales, inspección de sus locales. En aquel contexto, los masones de León abandonaron su militancia y la documentación del taller desapareció bruscamente a final del siglo. Seguramente sufrieron alguna inspección gubernamental y posterior desmantelamiento. La crisis de España de 1898 trajo consigo un colapso de la institución masónica, que no recuperará cierto esplendor hasta los años de la Segunda República… pero eso es otra historia.