La Somoza 'se muere' y ni el cura va a 'enterrarla'
El León rural y despoblado que han visitado miles de turistas este verano por miedo al contagio de coronavirus Covid-19 en destinos más exóticos como el Mediterráneo, Europa o el Caribe esconde una realidad triste que esos mismos turistas no ven cuando se vuelven a sus casas. No suelen mirar atrás por el retrovisor de su coche para comprobar qué es lo que queda en esos territorios en los que buscaban, y encontraron, desconexión y paz durante unos días. Porque lo que queda no les interesa. Es más fácil mirar hacia otro lado. Una población cada año más envejecida y mermada en número, que se ve privada de unos servicios que nunca han conocido y las administraciones no terminan de proporcionarles.
La Somoza, como tantos otros rincones de la provincia, se muere. Desde que el pasado 14 de marzo se decretó en todo el país el estado de alarma por la pandemia de coronavirus su misa mensual quedó suspendida, pero lo que entonces no sabían los feligreses de las pedanías de Villafranca del Bierzo era que no la recuperarían en la 'nueva normalidad'. Ni siquiera para los funerales. ¡Porque de las bodas, bautizos y comuniones ni se acuerdan!
Su párroco don Tomás tiene más de ochenta años sobre los hombros y aunque reconoce que no tiene miedo al coronavirus se niega a abrir las iglesias de Cela, Paradaseca, Villar de Acero, Porcarizas y Tejeira, porque “no se cumplen las medidas de desinfección y distancia social”. Eso le ha contado a este medio. Eso y que las “dos o tres” personas que iban a escuchar sus rezos eran “cada vez menos” y “no se han quejado”, por lo que no lo extrañarán en exceso.
Los alcaldes pedáneos de Villar de Acero, Porcarizas y Tejeira coinciden con el cura al cincuenta por ciento. Ven en la limpieza y la distancia social una “excusa”, porque hay quien se encarga de mantener los templos, que por otro lado tienen espacio suficiente como para que el pueblo al completo fuese a misa el mismo día, pero lo cierto es que cada vez son menos los vecinos que recurren a la ayuda espiritual. Éstos prefieren que se mantengan abiertas sus demás 'parroquias', que les dan “vida” y son lugar de encuentro para propios y extraños. Lo que sí reclaman son otros servicios, como que el médico suba a verlos aunque sea una vez por semana o cada dos, cobertura móvil o internet.
Las misas, también las de funeral, se celebran sólo en la cabeza del municipio, y los actos religiosos en las pedanías se limitan al enterramiento propiamente dicho en el camposanto. La parroquia prefiere definir este hecho como un periodo de reflexión para ver si una vez resuelta la crisis sanitaria se retoman o no, el Consistorio confía en que la “nueva nueva normalidad” se los devuelva, pero lo cierto es que no deja de ser la crónica de una muerte anunciada. Hace décadas que por las calles de esos pueblos no corren niños para ir a la escuela, ahora han perdido los oficios religiosos, y ya sólo les quedan abiertos los bares.